La hija única, Guadalupe Nettel, Anagrama, 2020, 235 págs., 18€.
Uno de los conceptos que más han sufrido el cuestionamiento por parte del feminismo en las últimas décadas ha sido el de la maternidad. Tanto el embarazo como el parto van por motivos biológicos asociados a la mujer, pero la crianza también suele ser cosa de mujeres, a pesar de que en los últimos tiempos los padres han adquirido un papel mucho más activo en el cuidado de los bebés. Este nuevo paradigma de la relación entre una madre y su hijo está en el centro de las historias que confluyen en La hija única de Gudalupe Nettel, libro que se presenta como un verdadero catálogo de maternidades posibles.
Paradójicamente la narradora parte del rechazo a ser madre; tras una reflexión profunda en la que tiene en cuenta lo que debería perder en su vida independiente e itinerante, Laura, la protagonista y voz relatora, decide realizarse una ligadura de trompas, ante la incomprensión de su pareja, que no tarda en sustituirla por otra mujer con la que ser padre. Sin embargo, y pese a ese frontal rechazo a cualquier tipo de relación con los niños, una serie de circunstancias la llevarán a cuestionarse si la idea que tenía de la maternidad, que fue la que la llevó a oponerse a ella, era la única. Laura descubrirá que hoy en día hay muchas formas de cuidar a los niños, sean estos no tus hijos, gracias a estas experiencias que vive.
La primera y más importante en la trama es la decisión de su íntima amiga Alina, aliada hasta ese momento en la opción de no ser madre, de someterse a un tratamiento de fertilidad junto a su pareja. Su amor hacia Alina y, sobre todo, la malformación que los médicos diagnostican al bebé durante el embarazo, serán fundamentales para que Laura cambie de idea sobre los niños. La traumática experiencia de su mejor amiga durante la gestación, el parto y la crianza de la pequeña, que debe luchar casi día a día por sobrevivir debido a su enfermedad, impactarán decisivamente en la narradora.
En el cuidado de Inés participará Marlene, una niñera que se convierte en un miembro más de la familia y que debido a su total devoción hacia la pequeña provocan los celos de Alina. Con la cuidadora tenemos una nueva forma de maternidad que podemos definir como solidaria: al no poder engendrar a sus propios vástagos, Marlene se vuelca en la educación de niños con problemas. Este tipo de maternidad también será vivida por Laura, que acaba ocupándose del niño de su vecina, Doris, por la difícil relación que poseen ambos debido a la violencia verbal del pequeño, heredada de su padre, y a la depresión de la mujer. Nettel introduce en la trama un caso similar al que viven Marlene y Laura, pero protagonizado por animales: dos palomas que anidan en la terraza de la protagonista empollan el huevo de un cuco y cuidan del polluelo como si fuera suyo.
Un libro de una gran dureza, especialmente en su parte inicial, pero con un final abierto a la esperanza gracias a las posibilidades que la ayuda comunitaria puede aportar al difícil ejercicio de la maternidad. Esta idea está encarnada en La hija única en la madre de Laura, que tras años de reprocharle que no le diera un nieto, se cuestiona si hizo bien en tener descendencia al unirse a un colectivo feminista que propugna la sororidad en el violento México contemporáneo.
Reseña publicada en El Noroeste:
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