Quitamiedos, Trifón Abad, Talentura, 2021, 148 págs. 13€.
Confirmar un buen debut nunca es fácil; en la música se suele comentar que existe algo parecido a una maldición del segundo disco. En el caso de la literatura, la benevolencia con la que se suelen recibir todas las óperas primas desaparece con el segundo libro, en el que lectores y críticos esperan un paso adelante de ese autor que nos llamó la atención con su primera referencia. Este sería el caso del escritor murciano Trifón Abad, que sorprendió a muchos con su debut: Que la ciudad se acabe de pronto (2018), que fue finalista del prestigioso premio Setenil. Afortunadamente para los seguidores de Abad, su segundo libro confirma su buen hacer como creador de relatos breves.
Y es que si en algo destacan los once cuentos de Quitamiedos es en el buen oficio que muestra el autor al escribir narraciones que pasan de lo insólito a lo cotidiano, se adentran a veces en lo fantástico y siempre acaban ofreciendo a los lectores relatos de una gran solidez estructural. Trifón Abad maneja a la perfección el ritmo adecuado para cada relato, ofreciendo a veces finales sorprendentes y en otras conclusiones abiertas que tratan de interrogar al receptor sobre los derroteros que seguirá la historia que queda en suspenso.
Entre estos cuentos destacan, desde mi punto de vista, dos que aparecen hacia el final del volumen y que, aunque de factura diferente, tienen varios puntos en común. Me estoy refiriendo a “Lezaky, 1942” y a “Touché”; el primero parte del arreglo de un viejo títere por parte de un restaurador aficionado, que se saca algo de dinero vendiendo trastos arreglados por él a la dueña argentina de una tienda de cachivaches. La historia, que transcurre de manera previsible durante casi toda la narración, nos ofrece al final un giro muy original. Una estructura inversa posee “Touché”, que sitúa el conflicto en las primeras líneas: el protagonista atropella a un hombre mientras conduce borracho y se da a la fuga. Durante el resto del relato se define con precisión esa presión que el personaje principal sufre por el miedo a ser descubierto.
Esta cotidianeidad en la que, de repente, se introduce un hecho sorprendente que provocará un giro en la trama, está en la base de otros dos cuentos del libro. En “Quitamiedos” se producen una serie de accidentes que tienen en común un siniestro casco de motorista; en “Subterfugios”, ubicado durante la actual pandemia, un anodino padre de familia con problemas de dinero encuentra algo inesperado en el garaje de su edificio. De una índole más costumbrista son “El Suecia”, sobre el despertar del deseo sexual y las brutalidades de las amistades adolescentes, y “Réplica”, con un padre cuya obsesión por el coleccionismo le hará descuidar a su hijo.
Muy distintos al resto desde el punto de vista discursivo son “Tapiyuka”, que se presenta como el diario de campo de una antropóloga que convive en la selva con una tribu matriarcal; “Marathôn”, narración en primera persona de una huida de origen y final impreciso; y “Andrija el Fenómeno”, en el que acompañamos en el descenso a la locura a un compositor en un relato cuyos capítulos siguen los distintos tempos de la música clásica. Quitamiedos completa su paleta de tonos y formas con “Beneficiencia”, una despiadada sátira contra la hipocresía de los ricos benefactores.
Reseña publicada en El Noroeste.
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