Dos mil noventa y seis, Ginés Sánchez, Tusquets, 2017, 334 págs., 18€.
Muchos novelistas han hecho suya esa frase atribuida a Woody Allen que dice: “me interesa el futuro porque es el sitio donde voy a pasar el resto de mi vida”. Constituye un subgénero narrativo el relato del porvenir de la Humanidad, de un tiempo en el que los personajes como nosotros deambulan por un mundo que ya no es el nuestro. A menudo, estas historias sobre sobre lo que el ser humano tendrá que afrontar en el futuro caen en la distopía y ofrecen una visión pesimista de los años que están por venir. Dentro de este subgénero se puede incluir la nueva y excelente novela del narrador murciano Ginés Sánchez.
Dos mil noventa y seis se desarrolla en un mundo postapocalíptico en el que tras una hecatombe de la que no sabemos nada, el ser humano tiene que sobrevivir en un ambiente hostil. La descripción que se hace de un mundo en ruinas, donde los pocos supervivientes se afanan por lograr un poco de alimento y de agua, puede tener una lectura moral. Por un lado, se puede observar una crítica feroz a nuestro modelo de sociedad en la que menospreciamos los recursos naturales; en el mundo futuro de esta novela el agua es el bien más preciado. Pero también existe en el libro una sátira implícita contra nuestra civilización, que ha abocado a los hombres y mujeres de 2096 al desconocimiento de la lectura, de la Historia y de la tecnología. Esta involución ha llevado a los seres humanos a agruparse en tribus que luchan contra otros grupos hostiles con los que ni siquiera comparten idioma.
Sánchez oculta esta feroz crítica en una historia de lucha contra los elementos y contra los demás que protagonizan el peculiar triángulo que forman Enis, Andera y Taner, los personajes principales de la novela. Enis es un lobo solitario, un trampero que supo sobrevivir cuando el resto de su tribu murió y que aprovecha las posibilidades que le ofrece esa selva de asfalto y hormigón que es la ciudad abandonada en la que vive. Siendo apenas un muchacho, Enis protege y se enamora de Andera, la magnética chica que crece a su lado y con la que mantiene, durante años, una relación llena vaivenes. Juntos abandonarán la ciudad en busca de un “Norte” que es apenas una promesa de un sitio mejor que ha pasado de generación en generación. Tras un penoso y largo camino por un paisaje desolado que recuerda el de la novelaLa carretera de Cormac MacCarthy y después de un decisivo encuentro con la vieja Enda, Enis y Andera conocen a Taner. Es este un gigante que acaudilla gracias a su carisma a una gran tribu que se arracima en una antigua estación donde ya no llega ningún tren.
Los encuentros y desencuentros de estos tres personajes protagonizarán la parte central de la novela, aunque también se narran en los primeros y en los últimos capítulos las vicisitudes de otras generaciones en un relato que se desarrolla siempre en un mundo calcinado y hostil.
Con un estilo marcado por oraciones breves y sentenciosas, que describen perfectamente la desolación de los personajes, Sánchez ha escrito una obra de hondo calado que nos invita a reflexionar sobre el futuro de nuestra civilización.
Reseña publicada en El Noroeste:
No hay comentarios:
Publicar un comentario