Años felices, Gonzalo Torné, Anagrama, 2017,360 págs., 20€.
Transita Gonzalo Torné en Años felices por caminos poco trillados entre sus contemporáneos. Los narradores españoles nacidos, como él, en los setenta, se ocupan mayoritariamente de personajes cercanos y contextos actuales, abandonando muy poco esos lugares conocidos por el miedo, quizás, a adentrarse en terrenos poco seguros. Por ello, lo primero que debemos agradecer a Torné es que abra la ventana de la narrativa de su generación con una historia que recuerda otras épocas y distintas latitudes. Porque, desde el principio de la novela, llama la atención que tanto por cómo está escrita como por la ubicación de la misma, Nueva York, Años felices remita más a referentes estadounidenses, El gran Gatsby de Fitzgerald sería uno de ellos, que españoles.
La obra relata la vida de cinco amigos que se encuentran en el Nueva York de mitad del siglo XX y cuya relación sufre distintos vaivenes. Se trata de cinco personajes muy distintos y atractivos que ocupan alternativamente el protagonismo del libro y a los que conocemos de manera profunda mediante el uso del estilo indirecto libre. Las chicas del grupo son Claire y Jean, dos hermanas de clase media, bellas e inteligentes pero con caracteres muy distintos. Mientras que el perfil de Jean es el menos definido de los cinco protagonistas, desaparece durante gran parte del libro, Claire es una chica decidida y chispeante que va a influir decisivamente en las vidas de los tres personajes masculinos centrales. Estos son Kevin, un chico judío obsesionado por mejorar socialmente y que se siente despreciado por el resto del grupo; Alfred, un catalán que llega a Nueva York para triunfar como poeta y huir del colaboracionismo de su hermano con el Franquismo, y Harry Osborn, el diletante heredero de una distinguida familia neoyorquina.
La primera parte del libro narra esos “años felices” a los que alude el título y nos muestran a los cinco protagonistas disfrutando de su juventud. En un ambiente relajado y refinado, los chicos se divierten en la mansión de los Osborn en Manhattan, en los bares de la ciudad o en las excursiones al campo que realizan. Beben vino helado, realizan comentarios sarcásticos y fantasean con triunfar como poetas mientras disfrutan de la juventud. Sin embargo, esta belle époque acabará (¿y cuál no?) y el grupo comenzará a distanciarse debido a los matrimonios, la ambición, las envidias, los celos y las enormes diferencias sociales que les impiden seguir manteniendo esa amistad de la primera juventud.
Con un estilo a menudo suntuoso, lleno de símiles y adjetivos, aunque nunca recargado, Torné nos narra la historia de sus cinco protagonistas con una mirada que podríamos calificar de oblicua. A menudo el relato está contado desde el punto de vista de los personajes, de tal manera que con frecuencia olvidamos que estamos ante un narrador interno; éste suele desaparecer y su voz, dirigida a un receptor que cuenta uno de los capítulos, apenas nos permite conocer que ambos son descendientes de los protagonistas que quieren reconstruir la historia del grupo. Además, la novela se suele centrar en episodios en apariencia anecdóticos o que se aluden antes de ser explicados, como el recurrente suceso de las luciérnagas.
Todo ello configura Años felices como un agudo retrato de la evolución de las relaciones humanas que se forjan durante la juventud.
Reseña publicada en El Noroeste:
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