Vicio propio, Thomas Pynchon, Tusquets, 2009, 422 págs., 10€.
La figura del escritor norteamericano Thomas Pynchon (Nueva York, 1937) ha adquirido, por diversos motivos, un estatus de autor de culto como pocos otros artistas contemporáneos. La principal razón es la calidad y complejidad de sus novelas, que ha venido publicando desde los años sesenta del pasado siglo. Pero también ha contribuido a este enaltecimiento de su figura el misterio que envuelve a su persona. Apenas existen imágenes de Pynchon y sus declaraciones públicas son escasísimas, en una actitud de renegar del mundillo literario que nos recuerda a su compatriota J.D. Salinger. Pero, al contrario que el autor de El guardián entre el centeno (1951), Pynchon ha seguido publicando libros tan interesantes como este Vicio propio.
Según los especialistas en la narrativa del autor neoyorquino, esta novela, la penúltima de las ocho que ha publicado, es una de las más accesibles de su trayectoria. Esta sencillez es lo primero que sorprende al lector: alertado de la dificultad y la extensión (El arco iris de gravedad (1973) y Contraluz (2006) superan el millar de páginas) se encuentra con una novela de ágil lectura y fácil comprensión. Además, Vicio propio sigue los cánones de la novela de género detectivesco, introduciendo cambios por supuesto, por lo que se trata de una manera perfecta de adentrarse en la literatura pynchoniana. No es extraño que ésta haya sido la primera de sus obras adaptada al cine, en una película de 2014 con título homónimo y protagonizada por Joaquin Phoenix.
La novela narra la investigación que lleva a cabo el detective privado Doc Sportello en torno a la desaparición de un oscuro empresario de la construcción y de su pareja, la sensual Shasta, antigua amante del propio Doc. A partir de este punto inicial la trama se va complicando y retorciendo a la vez que aparece una miríada de personajes secundarios que incluye a policías corruptos, abogados sin escrúpulos, mujeres fatales, gángsters de todo tipo y empresarios con negocios turbios. A lo largo de las más de cuatrocientas páginas del libro seguimos siempre a Doc y somos testigos de su peculiar pero efectiva manera de investigar un caso cada vez más complejo. El protagonista posee algunos atributos propios de los detectives tradicionales (valentía, sagacidad, individualismo y pose de tipo atribulado y duro) pero mezclados con una memoria atroz, un gusto excesivo por las drogas y por los disfraces y una melomanía y cinefilia casi enciclopédicas. Crea Pynchon con todos esos ingredientes un nuevo arquetipo: el detective hippie que une elementos de los clásicos del género con rasgos propios de esta época.
Porque, al igual que Kerouac quiso trasladar la época dorada del jazz a su novela En el camino (1957), Pynchon hace lo mismo con la música y la cosmovisión del hipismo californiano de finales de los años sesenta y principios de los setenta. Y lo hace no sólo introduciendo todo tipo personajes propios de aquella época (músicos, groupies, surferos, yonquis, camellos, chamanes) sino con un estilo vibrante y directo que pretende trasladar a la página escrita el pop y el rock de los sesenta.
Consigue con todos estos ingredientes reformular algunos de los tópicos de la novela detectivesca y crear a un antihéroe entrañable por su mezcla de torpeza e inteligencia con un toque desenfadado como es Doc Sportello.
Reseña publicada en El Noroeste.
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