En una novela de intriga es importantísimo tanto el final como el principio. La tensión que el autor ha ido dosificando durante toda la trama ha de encontrar en las últimas páginas una conclusión satisfactoria. El inicio debe, como en cualquier libro, enganchar al receptor, pero en el caso de libros relacionados con una muerte o un asesinato, como el que nos ocupa, es bueno que el lector se vea imbuido en la intriga desde el comienzo. En Los asesinos lentos, libro con el que Rafael Balanzá ganó el prestigioso premio Café Gijón en 2009, encontramos un buen final, pero, sobre todo, un magnífico comienzo.
En el primer párrafo de la novela ya se nos explica el singular eje sobre el que girará el resto de la obra: Valle, un antiguo amigo del narrador con el que se ha reencontrado años después de que abandonaran el grupo de música que compartían, le anuncia que lo va a matar. Esta brutal noticia contrasta con el contexto en el que se enuncia, una relajada charla en una cafetería entre dos antiguos amigos, por lo que el autor debe vencer tanto la incredulidad del narrador como la del lector, o, al menos, lo inverosímil que resulta la amenaza. Balanzá dedica los siguientes capítulos a que ese anuncio parezca casi lógico y que la muerte del narrador (Juan Cáceres) sea aparentemente inevitable. Acabamos convencidos de que hay un atisbo de justicia en ese asesinato que el perdedor nato que es Valle va a perpetrar y que no hay mejor cabeza de turco para vengarse de su aciago destino que el exitoso Cáceres. Además, el asesino prospectivo añade para justificar su decisión un pequeño pero doloroso episodio que sufrió en su juventud en el que su antiguo compañero le quitó una chica de la que estaba enamorado.
Pero conforme avanza la novela descubrimos junto al narrador que no es oro todo lo que reluce en su vida y que lo que, desde fuera y desde su propia perspectiva previa, parecía una existencia plácida y exitosa esconde una serie de grietas que comienzan a abrirse justo a la vez que recibe la amenaza de Valle. Por un lado, se da cuenta de que su matrimonio, en el que la pasión había desaparecido hacía años, sólo sirve ya para mantener las formas y que el alejamiento de su esposa es cada vez mayor. También descubre que sus hijos son casi unos desconocidos y que, especialmente la mayor, ya no son los niños que él creía que eran. Por último, su negocio, una próspera tienda de mascotas, comienza a sufrir las injerencias del nuevo gerente del centro comercial en el que se encuentra. Esta crisis de la mediana edad, parecida a la que sufre el Lester Burnham de American Beauty (1999), sume al protagonista en una melancolía de la que, sorprendentemente, poco tiene que ver la amenaza que pende sobre su vida.
Lo que podría haber sido una inane novela de intriga en la que la duda sobre si se cumple la amenaza inicial fuera el único punto de interés en el resto del libro, se convierte, gracias a las habilidades narrativas de Balanzá, en un ácido retrato de las mentiras que se esconden tras la fachada de felicidad de algunas familias.
Reseña publicada en El Noroeste
Reseña publicada en El Noroeste
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