El imperio de Yegorov, Manuel Moyano, Anagrama, 2014, 187 págs.,
15€.
La novela española de las
últimas décadas se caracteriza, de manera mayoritaria, por una acusada
tendencia al realismo. Ya sea a través de subgéneros como la novela histórica o
la policiaca; de temáticas relacionadas con la Guerra Civil o la Transición; o
con tendencias autoficcionales, la mayoría de ellas se desarrollan en espacios
reales y en tiempos cercanos o pasados. Por eso, lo primero que llama la
atención de este libro, finalista del último Premio Herralde, es que se trate
de una distopía en la que la acción se alarga hasta el año 2042.
Pero El imperio de Yegorov es mucho más que eso; en primer lugar, es una
novela policiaca en la que a lo largo de muchas páginas seguimos a detectives y
policías de distinto origen y condición que se ocupan de desapariciones relacionadas
con el hilo argumental. Éste narra el descubrimiento y posterior
comercialización de un producto, originario de los bosques tropicales de Papúa,
que permite evitar el envejecimiento. Sin embargo, los pacientes que no
consumen esa sustancia, la elatrina, tras haber iniciado el tratamiento, mueren
a los pocos días. Esto le da un gran poder al científico japonés que realiza el
descubrimiento, lo que provocará una lucha encarnizada por los beneficios
económicos y políticos de la elatrina que atraerá al millonario ruso Yegorov,
que no dudará en usar todos los medios a su alcance para hacerse con la
producción exclusiva del medicamento.
Este planteamiento, un
producto que provoca la juventud eterna, adentra al libro en el terreno de la
ciencia ficción, aunque también pone en juego unas preguntas de carácter ético.
¿Estaríamos dispuestos a tomar una sustancia que nos impide envejecer aún
sabiendo que jamás podríamos prescindir de ella? La respuesta de muchos de los
personajes del libro, artistas y políticos en su mayoría, es sí, lo que no es
sino un reflejo de la obsesión por la belleza y la juventud que asola nuestra
sociedad. El libro también se puede entender como una reflexión sobre el enorme
poder que poseen las empresas farmacéuticas, que deciden sobre la vida y la
muerte de millones de personas guiándose principalmente por motivos económicos.
La obra posee una
complejidad formal que hace que su lectura, si bien vibrante y atractiva, no
sea siempre sencilla. Moyano prescinde de la figura del narrador y construye la
historia a través de una serie de documentos de diversa índole (informes,
entrevistas, diarios, correos electrónicos, noticias, transcripciones de
conversaciones) que unos supuestos editores han recopilado. Además, son muy
numerosos los personajes que aparecen en una novela que no llega a las
doscientas páginas y que se caracteriza por su polifonía y por su protagonismo
coral. Esta abundancia provoca que al final del volumen se incluya un índice
onomástico que completa de manera más sistemática lo que de forma fragmentaria
y parcial vamos conociendo de los personajes a través de los treinta y dos
documentos recopilados. A pesar de esta
complejidad estructural, el hecho de que la historia vaya avanzando siempre de
manera cronológica y de que cada una de las tres partes del libro se centre en
un personaje, hace que la lectura sea un poco más sencilla.
Tras varios interesantes libros de relatos, Moyano
construye en El imperio de Yegorov
una historia compleja y original que supone un rara avis en la narrativa española actual.
Reseña publicada en El Noroeste.
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