No aceptes caramelos de extraños, Andrea Jeftanovic, Comba, 2015, 171 págs.,
16€.
Los peores y más
truculentos casos de violencia suelen suceder en la propia familia. El
maltrato, el abuso sexual a un hijo o el parricidio son crímenes horrendos que
transgreden las normas morales más básicas y que despojan al niño de la seguridad
que debe tener en su hogar. En este sórdido territorio de relaciones familiares
malsanas, no siempre llegando al extremo de la violencia, se mueven varios de
los relatos de No aceptes caramelos de
extraños, libro compuesto por once piezas narrativas de la chilena Andrea
Jeftanovic.
En sus páginas
encontramos historias desasosegantes como la relación incestuosa entre una
chica adolescente y su padre del cuento “Árbol genealógico”; este tema deriva
en el abuso sexual que aparece apuntado, nunca confirmado, en “Miopía”,
protagonizado también por un hombre y su hija. La misma violencia solapada está
presente en “Primogénito”, pero, en este caso, brota de un niño al que la
llegada de un hermano pequeño a casa supone una agresión intolerable que rompe
la armonía familiar previa.
En otras ocasiones la
problemática en la relación padre/hijo no surge del interior de la familia,
sino por un hecho, de nuevo violento, externo. En “Marejadas”, el terrible
accidente de un chico provoca que su madre busque en su exmarido al sustituto
del vástago que está perdiendo en la mesa de operaciones. El relato que da
título al volumen, “No aceptes caramelos de extraños”, recoge un mantra
habitual de los progenitores hacia sus hijos que no impide que una niña sea
secuestrada, para desesperación de su madre. Un argumento similar, aunque
ubicado junto al mar, encontramos en el cuento “En la playa, los niños…”, el
texto con un tono más costumbrista de todo el volumen. Por contra, la Historia
reciente de Chile es la culpable de que el protagonista de “La necesidad de ser
hijo” tenga una relación difícil con sus progenitores; estos, apenas unos
adolescentes cuando él nace, se consagran a la militancia comunista y olvidan
sus obligaciones paternales.
Las parejas también
protagonizan dos de los relatos de No
aceptes caramelos de extraños. Pero el acercamiento de Jeftanovic a este
tipo de relaciones dista mucho de ser condescendiente, algo acorde con el tono
de todo el volumen. Así, los protagonistas de “La desazón de ser anónimos” y de
“Medio cuerpo afuera navegando por las ventanas” son incapaces de llevar sus
relaciones sexuales con normalidad y se valen de la distancia, de balcón a
balcón en el primer caso y a través de la pantalla del ordenador en el segundo,
para eliminar ese miedo al encuentro físico.
A pesar de estar
protagonizado por un anciano aquejado de múltiples enfermedades, el último
cuento, “Hasta que se apaguen las estrellas”, es seguramente el más optimista
de todo el conjunto. La peculiar relación que establece con su hija, con la que
comparte el consumo de marihuana cada vez que ella va a visitarlo a su
residencia, está llena de ternura.
Además de por esta unidad
temática, los relatos de No aceptes cuentos
extraños comparten un estilo similar. La mayoría de los textos están
narrados en primera persona por el protagonista y emplean una prosa cargada de
metáforas y símiles que, en algunos casos, cuentan la historia de manera tangencial,
dificultando su comprensión.
Todo ello para ofrecernos
una voz, la de Jeftanovic, personal y un libro muy evocador.
Reseña publicada en El Noroeste:
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