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domingo, 15 de marzo de 2015

Andrea Jeftanovic - No aceptes caramelos de extraños





 No aceptes caramelos de extraños, Andrea Jeftanovic, Comba, 2015, 171 págs., 16€.

Los peores y más truculentos casos de violencia suelen suceder en la propia familia. El maltrato, el abuso sexual a un hijo o el parricidio son crímenes horrendos que transgreden las normas morales más básicas y que despojan al niño de la seguridad que debe tener en su hogar. En este sórdido territorio de relaciones familiares malsanas, no siempre llegando al extremo de la violencia, se mueven varios de los relatos de No aceptes caramelos de extraños, libro compuesto por once piezas narrativas de la chilena Andrea Jeftanovic.
En sus páginas encontramos historias desasosegantes como la relación incestuosa entre una chica adolescente y su padre del cuento “Árbol genealógico”; este tema deriva en el abuso sexual que aparece apuntado, nunca confirmado, en “Miopía”, protagonizado también por un hombre y su hija. La misma violencia solapada está presente en “Primogénito”, pero, en este caso, brota de un niño al que la llegada de un hermano pequeño a casa supone una agresión intolerable que rompe la armonía familiar previa.
En otras ocasiones la problemática en la relación padre/hijo no surge del interior de la familia, sino por un hecho, de nuevo violento, externo. En “Marejadas”, el terrible accidente de un chico provoca que su madre busque en su exmarido al sustituto del vástago que está perdiendo en la mesa de operaciones. El relato que da título al volumen, “No aceptes caramelos de extraños”, recoge un mantra habitual de los progenitores hacia sus hijos que no impide que una niña sea secuestrada, para desesperación de su madre. Un argumento similar, aunque ubicado junto al mar, encontramos en el cuento “En la playa, los niños…”, el texto con un tono más costumbrista de todo el volumen. Por contra, la Historia reciente de Chile es la culpable de que el protagonista de “La necesidad de ser hijo” tenga una relación difícil con sus progenitores; estos, apenas unos adolescentes cuando él nace, se consagran a la militancia comunista y olvidan sus obligaciones paternales.
Las parejas también protagonizan dos de los relatos de No aceptes caramelos de extraños. Pero el acercamiento de Jeftanovic a este tipo de relaciones dista mucho de ser condescendiente, algo acorde con el tono de todo el volumen. Así, los protagonistas de “La desazón de ser anónimos” y de “Medio cuerpo afuera navegando por las ventanas” son incapaces de llevar sus relaciones sexuales con normalidad y se valen de la distancia, de balcón a balcón en el primer caso y a través de la pantalla del ordenador en el segundo, para eliminar ese miedo al encuentro físico.
A pesar de estar protagonizado por un anciano aquejado de múltiples enfermedades, el último cuento, “Hasta que se apaguen las estrellas”, es seguramente el más optimista de todo el conjunto. La peculiar relación que establece con su hija, con la que comparte el consumo de marihuana cada vez que ella va a visitarlo a su residencia, está llena de ternura.
Además de por esta unidad temática, los relatos de No aceptes cuentos extraños comparten un estilo similar. La mayoría de los textos están narrados en primera persona por el protagonista y emplean una prosa cargada de metáforas y símiles que, en algunos casos, cuentan la historia de manera tangencial, dificultando su comprensión.

Todo ello para ofrecernos una voz, la de Jeftanovic, personal y un libro muy evocador. 

Reseña publicada en El Noroeste:

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