Un reino oscuro, Alejandro Hermosilla, Jekyll & Jill, 2022, 330 págs, 23€.
En una época en la que gran parte de los libros “literarios” (entiéndase este adjetivo no con afán canonizador sino para definir a aquellas obras que no son de “de género”) se ubican en un cronotopo cercano (nuestro país, nuestra época) se agradecen libros como Un reino oscuro. Y es que aunque la novela de Alejandro Hermosilla acepta una lectura actual, como más tarde explicaré, en ella no encontramos referencias a un contexto actual sino que está ubicada en un espacio indefinido de un pasado impreciso. Este es uno de los múltiples elementos que hacen de Un reino oscuro un libro original en la narrativa española actual.
Aunque no encontramos referencias espaciales, ni temporales concretas, ni
siquiera en los nombres de los personajes, que son definidos por su oficio,
cargo o, como mucho, por una inicial, el lector puede ubicar la trama en algún
punto de Europa (quizás central) en un siglo reciente pero no actual (en torno
al XVIII o al XIX). La trama principal de la obra, que no sirve más que de
marco a lo realmente importante que son las digresiones de los personajes, nos
lleva a acompañar al narrador y a su padre, ambos arquitectos, en las cuatro
visitas que realizan a clientes durante un fin de semana. Estos cuatro
personajes, verdaderos protagonistas del libro, son un pintor paisajista, un
pianista, un duque y un escritor y en sus diálogos, monólogos más bien, con el
padre y el hijo reside la parte central del libro.
Los clientes que visitan ambos arquitectos coinciden en varios rasgos que
los definen como personajes: los cuatros poseen mansiones que necesitan algún
tipo de reforma, viven en un espeso bosque a las afueras de la capital del
reino y, lo que es más importante, se han autoimpuesto una especie de
autoexilio de la corte. Sus palabras son duras diatribas contra todo aquello
que los ha llevado allí y que podemos resumir como la decadencia de la sociedad
ejemplificada en unos personajes definidos como “los ilustrados”, en la
arbitraria política del rey y en la violencia del pueblo, simbolizada por los
jardineros (personajes negativos que remiten al anterior libro de Hermosillo El jardinero (2018)).
El narrador cartagenero nos presenta un mundo decadente, brutal y, sobre
todo, oscuro. Este término que aparece ya en el título y otros sinónimos (como
“negro”) aparecen de manera repetitiva en las descripciones del libro: los
bosques son negros, los palacios oscuros, etc. La crítica ante un mundo en
sombras se puede leer en clave actual como una sátira contra los poderes de
nuestro tiempo. Esta obsesión cromática de los protagonistas se reitera hasta
la saciedad en un libro cuyo estilo en ocasiones recuerda al de una letanía,
por sus continuos paralelismos.
El libro se completa con unos capítulos que se van intercalando en la
historia principal y que nos van contando, entre la ficción y la biografía,
capítulos relacionados con la locura o la crueldad de monarcas reales. Este
tipo de reyes son presentados como modelos positivos frente a la decadencia de
los mandatarios que aparecen en la novela.
Reseña publicada en El Noroeste.
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