Arde Torrevieja, J. M. Sala, Antipersona, 2021, 234 págs.,14 €.
Justo a la mitad de este
libro, una enfermera pronuncia unas palabras que creo que definen muy bien lo
que sienten los tres protagonistas de la historia: “Estamos en Torrevieja.
Tarde o temprano nos va a pasar algo. La pregunta es cuándo” (114). Esta manera
de entender la vida en la ciudad alicantina como una condena que antes o
después habrá que cumplir es la que comparten Sonia, Juan y el Rojo, pero la
diferencia es que cada uno la afronta de una forma muy distinta.
Sonia, quizás por su
juventud, apenas tiene dieciséis años, aún no ha perdido la ilusión aunque es
consciente de la mediocridad en la que viven la mayoría de los habitantes de
Torrevieja y de la escasez de oportunidades que una ciudad volcada en atraer a
un turismo de borrachera ofrece a sus jóvenes. Gracias a la inocencia que aún
conserva y a su interés por los estudios (sueña con una carrera como
astronauta), la chica confía en que podrá labrarse un futuro. Además, parece
encontrar en un foro de internet, bajo el alias de Ghost16, a una especie de alma
gemela con la que comparte unos gustos musicales que nadie parece tener en su
instituto.
Juan, el hermano de
Sonia, representa aquello de Torrevieja de lo que la chica quiere huir. Con
sólo un par de años más que ella, y aunque ha conseguido independizarse y vivir
en un apartamento inmundo junto al Tocao, un amigo que actúa como su
conciencia, el chico se siente maltratado por todos. Cree que sus jefes en las
obras en las que trabaja tratando de adecentar la ciudad para los visitantes no
lo respetan y siente que los turistas ingleses y alemanes (los chanes, en
terminología local) se burlan de los jóvenes torrevejenses como él impunemente.
Ante esta marginación, la respuesta de Juan es una creciente ira que el Tocao
irá alentando.
Por su parte, el Rojo
parece el mejor situado de los tres aparentemente. A sus veintipocos años es
capataz en las obras en las que Juan es peón y tiene una casa en una de las
nuevas urbanizaciones de la ciudad donde convive con su pareja. Sin embargo,
Arturo, su verdadero nombre, vive atenazado por un dolor de espalda que no
quiere reconocer para no perder su posición en el engranaje de la construcción
y, sobre todo, por los remordimientos. El Rojo es consciente de las penosas condiciones
laborales de sus subordinados y debe luchar contra sí mismo para no
denunciarlo, como le piden su padre y un sindicalista que acude a la obra.
Las vidas de estos tres personajes tan distintos en su manera de enfrentar las adversidades se entrecruzan en una historia que se desarrolla en un solo día: el 16 de junio de 2002. Si interesante es la manera mediante la que J. M. Sala va centrando la focalización alternativamente en Sonia, Juan y el Rojo, lo más destacado del libro es la cartografía física, moral e histórica que hace de Torrevieja, verdadera protagonista del libro. Estamos ante una ciudad muy peculiar, con poca historia y que hipotecó su futuro al turismo que buscaba su clima benigno, sus playas (alguna de ellas artificial, como la que construyen el Rojo y Juan) y sus bares con alcohol barato.
El autor nos muestra la época dorada de la burbuja inmobiliaria en una sátira despiadada contra los desmanes de los gobiernos municipales y de las grandes constructoras en un día que, poco a poco, irá encaminándose a una noche apocalíptica en la que la naturaleza parecerá querer vengarse de la acción del hombre y en la que, finalmente, los tres protagonistas conocerán su condena.
Reseña publicada en El Noroeste:
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