Nuestra parte de noche, Mariana Enríquez, Anagrama, 2019, 672 págs., 22€.
Existe una etiqueta que
hace desconfiar a muchos lectores españoles y que los aleja de libros que
podrían ser de su agrado si no se dejaran guiar tanto por prejuicios
arraigados. Me estoy refiriendo a la de “literatura de género”, un sintagma que
suele utilizarse para toda obra que no encaje en el realismo imperante entre
las novelas más prestigiosas publicadas en nuestro país. Se incluyen en esta
categoría obras tan diferentes como los relatos de terror, los de ciencia
ficción o las novelas negras. La concesión de un premio tan prestigioso como el
Herralde a un libro en el que lo sobrenatural posee tanta importancia como este
Nuestra parte de la noche puede, por lo tanto, sorprender, pero son
varias las razones que explican que la última novela de Enríquez haya escapado
de esos prejuicios de los que hablábamos.
La primera, y seguramente
la más importante, es la propia calidad de la obra. La autora argentina nos
ofrece una novela enorme, con personajes de una enorme profundidad y que trata
temas de gran calado como el poder de cierta oligarquía, la dictadura
argentina, las relaciones familiares y los cambios sociales producidos en las
últimas décadas. Lo hace sin renunciar a mezclar el realismo hegemónico, la
base de una novela ubicada en escenarios reales de Argentina y Londres, con
episodios fantásticos que, pese a su menor presencia, tienen una importancia
central en la novela.
Es en estos pasajes donde
encontramos uno de los pocos puntos débiles, a mi juicio, de Nuestra parte
de noche. Como suele ocurrir en los relatos fantásticos, el mundo de los
fantasmas o de los muertos en el que se introducen los personajes de la novela
tiene sus propias reglas, que la narradora debe explicar al lector, ya que no
son las del universo real. Se trata de un recurso necesario para que comprender
qué está permitido y qué no en esta dimensión y cómo influye en la vida de los
protagonistas, pero que a veces ralentiza el ritmo de la obra.
De todas formas, Enríquez
integra perfectamente estos episodios fantásticos, y este es otro de los
aciertos del libro, valiéndose de ambientes donde estos hechos se adecúan con
facilidad como son la selva o las reuniones de una sociedad secreta y
exclusiva, la Orden, formada por adoradores de un rito de tintes satánicos pero
unidos también por su poder económico y político.
Otro de los aspectos destacados de Nuestra parte de la noche es el retrato que hace de las difíciles relaciones que se suelen establecer entre la familia. El texto cuenta cómo una rica familia argentina perteneciente a la Orden, adopta y un niño pobre y soluciona sus problemas cardiacos porque descubren que es un médium capaz de establecer comunicaciones con la Oscuridad, acto fundamental para este culto secreto. Este niño, Juan, acabará teniendo junto a Rosario, otro miembro de la familia, un hijo, Gaspar, que también es médium. La novela se centra en esa doble dinámica de protección de la nueva generación y oposición a la anterior que es habitual en las familias poderosas, ávidas de perpetuar su poder, pero que aquí adquiere una nueva dimensión por los poderes de Gaspar.
En definitiva, estamos ante una excelente novela que transita varias décadas de la historia familiar y de Argentina y que en cuya crudeza, los sacrificios y torturas de la Orden, encontramos ecos de los desmanes provocados por la dictadura militar con la connivencia, cuando no colaboración, de la oligarquía del país.
Reseña publicada en El Noroeste:
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