La
ciudad que el diablo se llevó, David Toscana, Candaya,
2020 (2012), 285 págs., 17€.
Cuando uno visita
Varsovia y le cuentan la destrucción sistemática de la ciudad que llevaron a
cabo los nazis, se da cuenta de que todo el centro es una gran reconstrucción
de la ciudad de antes de 1939. Lo que el paseante observa es la copia inexacta
de una capital que ya no existe, la ciudad que el diablo se llevó como David
Toscana la define en el título de esta novela.
Y es que el escritor
mexicano ubica este libro alrededor de 1945, con la capital polaca devastada
por la destrucción nazi y sumida en ese breve pero intenso desgobierno que
suelen vivir los países liberados tras una larga ocupación o una guerra cruenta.
Así, la Varsovia de la novela recuerda la Viena de El tercer hombre de
Graham Greene, un lugar lleno de escombros y de cementerios repletos donde el
estraperlo es la mejor forma de enriquecerse.
En esta ciudad donde la
dureza de la vida no permite a sus habitantes celebrar que han superado la
guerra, es donde se reúnen cada noche los cuatro protagonistas del libro para
emborracharse y brindar por una amistad que nació de un episodio que los unió
para siempre. Unos años antes, los cuatro viajaban en un tranvía que fue
detenido por los nazis, que les anunciaron que iban a morir cincuenta polacos
como venganza tras el asesinato de un alemán. En ese momento, Feliks, un hombre
con rostro de niño que ha tenido que mostrar su identificación para que lo consideren
un adulto, le explica al oficial nazi que en el tranvía iban cincuenta y cuatro
personas, por lo que cuatro debían ser eximidos del paredón. Fue así como
salvaron la vida Feliks y los tres desconocidos que desde entonces se
convertirían en sus grandes amigos.
Los cuatro protagonistas
forman un grupo variopinto, alcohólico, irreverente y con una única bandera: la
libertad, demasiado peligrosa en un país que comienza a regirse por un opresivo
régimen comunista. A Feliks, quizás por su aspecto aniñado, la guerra le ha
parecido un gran juego, que continúa en la nueva época con sus mensajes en
morse y su tienda de segunda mano hasta que da con sus huesos en la cárcel.
Ludwick es un sepulturero que, por unas monedas, cumple los deseos de las
ancianas que quieren ser enterradas con sus novios de juventud en vez de con
sus maridos. Eugeniusz es un sacerdote que busca congraciarse con la curia que
le ha prohibido decir misa realizando un milagro. Kazimierz es un eterno
aspirante a conserje que se enamora de la enfermera Marianka, de la foto de las
hermanas judías cuya casa ha ocupado, o de la señora que Ludwik acaba de
enterrar.
Toscana nos ofrece una
novela de gran carga poética, con episodios memorables y un orden que no
siempre es cronológico pero que nos lleva a acompañar a los cuatro
protagonistas de una dictadura (la nazi) a otra (la comunista). La ciudad
que el diablo se llevó es una especie de farsa, cercana a menudo al
realismo mágico, donde asistimos al enterramiento de una novela que no pudo ser
escrita, a la resurrección de Kazimerz tras pasar tres días encerrado en una
tumba, a las caricias con la mano amputada de un antiguo amante o a una
borrachera con el coñac en el que se conserva el corazón de Chopin.
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