Las alegres, Ginés Sánchez, Tusquets, 2020, 310 págs., 18€.
Ya en su última novela, Mujeres en la oscuridad (2018), otorgaba Ginés Sánchez el protagonismo absoluto a los personajes femeninos. Eran aquellas mujeres, Tiff, Miranda y Julia, tres desconocidas que por diversos motivos acababan emprendiendo una huida juntas y conformando un grupo, una especie de sororidad, para vengarse de una serie de hombres poderosos que deseaban recuperar el misteriosos paquete que ellas custodiaban. Aunque tiene un planteamiento y un tono muy diferentes, Las alegres mantiene el leit motiv de la sororidad como respuesta a la violencia que los hombres ejercen hacia las mujeres. Sin embargo, los casos particulares de las protagonistas de Mujeres en la oscuridad, también los hay en este libro, se trasladan en Las alegres al ámbito público, provocando que la venganza se convierta, finalmente, en una cuestión de estado.
Sánchez crea con habilidad una ciudad ficticia, Cheetah, que aglutina rasgos de varios territorios de América Latina pero que no podemos ubicar en unas coordenadas concretas. Imagina así una megalópolis que sufre una oleada de asesinatos machistas que provoca que una parte de la población, mayoritariamente femenina, se comience a organizar para hacerle frente. El Movimiento Artemisia Gentileschi convoca manifestaciones y caceroladas como repudia al feminicidio; dentro de él se organiza el Comité Stella Valenzuela, nombre de una de las víctimas, amparado por un sacerdote y comandado por Sofía Navarro y Fernanda Salazar, que ofrecen apoyo a las mujeres maltratadas y patrullan las calles para evitar más ataques. Entre Sofía y Fernanda se produce un enfrentamiento sobre la conveniencia de utilizar la violencia como respuesta, posición que defiende Sofía y que acaba desembocando en la creación de Las Alegres, un comando terrorista que comienza a asesinar a hombres en Cheetah.
Como vemos, la estructura en forma de muñeca rusa de las organizaciones feministas muestra las distintas formas de implicación en la lucha contra la violencia machista: la protesta, la colaboración y la venganza. La elección de esta última por parte de Las Alegres acaba provocando la que considero que es la escena central de la historia: el maltratador Ezequiel Silva sufre un ataque de pánico al dirigirse a su coche en un oscuro aparcamiento porque cree que puede ser la siguiente víctima del comando. Esta situación nos lanza una triste pregunta: ¿acaso sólo conociendo en carne propia el mismo miedo que muchas mujeres sufren en espacios públicos solitarios acabarán los maltratadores empatizando con sus víctimas? Se nos muestra así la deshumanización que estas sufren por parte de sus verdugos y que creo que es el mensaje principal de una novela que en ningún caso, tal y como deja claro el autor en la advertencia final, justifica la violencia.
Otro de los aciertos del libro es su carácter polifónico y su protagonismo coral. El primero muestra diversas variantes de acercamiento al tema y es creado por el autor gracias a la mezcla de capítulos de narración más tradicional, con un narrador omnisciente en tercera persona, con otros, especialmente en la sección titulada “Las alegres”, que reproducen conversaciones, entrevistas, informes o pies de foto. En cuanto al protagonismo colectivo, nos ofrece diversas perspectivas de la historia, ya que acompañamos en varios capítulos a víctimas, maltratadores o a sus hijos. A pesar de esta variedad, Sánchez parece otorgar mayor peso a varios preadolescentes, que en una edad tan problemática ejercen la violencia contra la mujer (Luiz y Benjamín), la sufren (Cynthia) o son testigos de ella (Hugo y Alessandro).
Reseña publicada en El Noroeste:
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