Cuadernos de tierra, Manuel Moyano, Menoscuarto, 2020, 165 págs., 17€.
En 1845, el escritor
Henry David Thoreau se retiró a vivir a una cabaña que había construido en la
orilla del pequeño lago Walden, a las afueras del pueblo de Concord
(Massachusetts). Años después publicó Walden, la vida en los bosques, un
ensayo en el que cuenta los meses que pasó en aquel apartado lugar y en el que
defendía que el ser humano podía sobrevivir sin muchas de las “comodidades” que
acumulamos en nuestros hogares. Aunque no cita a Thoreau, sí a su mentor
Emerson, Manuel Moyano sigue en cierta medida en este Cuadernos de tierra
la filosofía de Thoreau ya que relata varias excursiones que realizó para
alejarse por unos días de su tranquila vida, construyendo así lo que podríamos
definir como un Walden en movimiento.
Cumplidos los cuarenta y
cuatro años, el narrador nacido en Córdoba y afincado en Molina de Segura, se
vio impelido a echarse al camino por razones que ni él mismo se llega a
explicar. Quizás sea por esa crisis de los cuarenta que sufren muchos hombres
cuando el vigor de la juventud parece abandonarles, o para autoconvencerse de
que no son esos burgueses que parecen por su vida familiar y su trabajo
estable. En cualquier caso, y como le sucedía a Ned Merrill, el nadador de
Cheever, una mañana de verano emprende una aventura cuyo objetivo real es
ponerse a sí mismo a prueba.
Moyano decide remontar el
río Segura hasta su nacimiento en una caminata que le enfrentará con sus
propios límites y que, finalmente, no podrá culminar debido a un inoportuno
esguince. Sin embargo, en las jornadas en las que, siguiendo el curso del río,
lo llevan a travesar las ardientes tierras murcianas y albaceteñas, en las que
debe refrescarse en acequias y pozas, dormir al raso y pedir agua a
desconocidos para saciar la terrible sed que el sol agosteño le provoca, el
caminante logra su objetivo más profundo. Si bien no alcanza la meta geográfica,
el narrador consigue olvidar las preocupaciones cotidianas para adquirir una
especie de estado de trance que sólo se consigue cuando se camina varias
jornadas seguidas.
Son
muchas las anécdotas de este y de los otros cuatro viajes a pie que le siguen
(todos por las tierras del Sureste peninsular) y que muestran que el acto de
vagabundear sin un fin concreto es visto por la mayor parte de la sociedad como
algo raro cuando no sospechoso. Moyano deleita al lector con minuciosas
descripciones de la flora y la fauna de los parajes que recorre y, lo que es
más interesante, con las personas con las que se cruza. Estas últimas y las
conversaciones que el autor mantiene con ellas serán las fuentes de la otra sección
de este Cuadernos de tierra que comparte el protagonismo del libro con la
narración de las caminatas: el relato de varios sucesos acaecidos en los
pueblos que recorre.
Nuestro
autor, que gracias a su experiencia como literato sabe detectar dónde hay una
historia que merece ser contada, vuelve a los pueblos para recabar más
información y se entrevista con testigos y expertos. Son historias como el
cruel ajusticiamiento de tres hombres durante la Guerra Civil, el asesinato de
un agricultor a manos de un vagabundo alemán y las vivencias de un nazi croata
durante los años cincuenta, sesenta y setenta en un minúsculo pueblo
alicantino.
Reseña publicada en El Noroeste:
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