Cada noche, cada noche, Lola López Mondéjar, Siruela, 2016, 191 págs., 15€.
Pocos fenómenos literarios gustaron más a los lectores del Renacimiento que las continuaciones de novelas de éxito. Obras cumbres de nuestra Literatura como el Quijote tuvieron secuelas escritas por autores diferentes a los originales, que buscaban, normalmente, el rédito económico o, como en el caso de Avellaneda, un ataque personal. Lola López Mondéjar continúa con Cada noche, cada noche esta tradición, adaptándola a los nuevos tiempos, creando una secuela de Lolita de Nabokov.
No es este el único rasgo cervantino que encontramos en la novela; en la obra se dialoga constantemente con la obra del autor ruso, como hace Cervantes, por primera vez en la Historia de la Literatura, en la segunda parte del Quijote. Además, López Mondéjar usa el artificio del manuscrito encontrado, pero aquí el editor, la propia autora, no encuentra el original en el Alcaná de Toledo, sino en la mucho más actual bandeja de correo electrónico. Además, y por terminar con las coincidencias con Cervantes, en la novela encontramos varias voces: la de la autora, responsable tan sólo del epílogo, la de Dolores Haze, la Lolita de Nabokov cuya voz escuchamos a través de su diario, y la de Dolores Schiller, hija de la anterior y narrador en la mayor parte del libro.
Cada noche, cada noche se nos presenta como la confesión de una mujer con una enfermedad terminal que decide dejar una especie de testamento con el que vindicar la figura de su madre: Lolita. Schiller se empeña durante todo el libro en persuadir al lector de que la imagen que de su madre se tenía, el de una adolescente lúbrica, es una abominación alejada de la real: la de una niña huérfana víctima del secuestro y de la violación. Para ello, usa los testimonios de su madre, sus diarios, de Humbert Humbert, al que entrevista en Suiza, y del propio Nabokov, que reprobaba la interpretación más habitual de su novela.
López Mondéjar mezcla con habilidad realidad y ficción, proponiendo una historia metaliteraria con la que homenajea al autor ruso, pero, a la vez, ofrece una visión de la historia radicalmente distinta a la habitual. Lo hace utilizando dos tonos totalmente diferentes; por un lado, uno mucho más personal y emocional: el de los diarios de Lolita y de la joven Dolores Schiller, su hija. Por otro, la frialdad de la Dolores Schiller madura, cuya defensa de su interpretación del libro de Nabokov se acerca en ocasiones a la crítica literaria.
Pero, Cada noche, cada noche no es sólo un homenaje a la novela del autor ruso, sino una obra independiente en la que destacan otros dos temas. La defensa de la figura de Lolita como víctima parte del sentimiento de injusticia que siente la narradora cuando descubre que su madre, muerta en el parto, había inspirado el libro. La orfandad marca al personaje de Dolores Schiller que, además y como contrapunto a la imagen erotizada de su madre, es incapaz de sentir deseo sexual. Además, el libro pertenece, especialmente en sus últimas páginas, al subgénero de las confesiones del moribundo. Una vez resuelto el objetivo primario de su texto, recuperar la verdadera historia de su madre, éste nos ofrece reflexiones sobre la enfermedad, la soledad y la muerte.
López Mondéjar nos ofrece una novela de altura, inteligente en su juego metaliterario y profunda como descripción del carácter humano.
Reseña publicada en El Noroeste.
López Mondéjar nos ofrece una novela de altura, inteligente en su juego metaliterario y profunda como descripción del carácter humano.
Reseña publicada en El Noroeste.
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