Arde Murcia, J. M. Sala, Dilatando mentes, 2024, 196 págs.
Tras la notable Arde Torrevieja (2021), el escritor J. M. Sala vuelve a lo que parece haberse convertido en una serie, con Arde Murcia (2024). Si en aquella trepidante y ácida novela se nos contaba un día de 2002 en la ciudad costera y se convertía en apocalíptica la situación provocada por la burbuja inmobiliaria, aquí Sala se centra en la Huerta y en la capital murciana. Con mimbres similares crea una nueva obra desasosegante, en la que lo político se mezcla con lo fantástico, para ofrecer una novela de zombis de carácter social. Además, consigue un retrato fiel y crudo de la sociedad de esta zona de España, empleando numerosos murcianismos, citando lugares tanto de la capital como de su Huerta, defendiendo su acento (que los protagonistas deben ocultar para evitar las burlas de los foráneos) y satirizando su estructura económica, basada en un elemento, el agua, que se convierte en obsesión y leit motiv a lo largo de toda la novela.
Como su anterior obra, la narración sigue a varios personajes cuya vida acabará mezclándose en el climático final. Por un lado tenemos a M., una inmigrante que habita en un desvencijado campamento a las afueras de la ciudad y trabaja de manera precaria (cuando no, semiesclava) en los huertos que rodean la ciudad. Aunque estamos en la primera década del siglo XX, tanto las condiciones laborales de los jornaleros como la agresiva agricultura parecen sacados de un mundo postcapolíptico que, sin embargo, tiene demasiado que ver con la situación real del campo levantino. A esta curiosa y conseguida mezcla de realismo y fantasía se añade que un grupo de los trabajadores que recolectan limones esté formado por zombis.
La segunda protagonista es Carolina, una niña discapacitada que vive en una vieja casa de la Huerta con su padre, un trabajador cuyo mote, “el Mandao”, deja claro su papel secundario en la empresa en la que trabaja y donde parece haber llegado a su límite. Las peculiaridades de Carolina le hacen ver la Huerta y los extraños habitantes que pululan entre sus árboles de un modo muy imaginativo, una forma de entender el mundo que el lector nunca sabe si se basa en la realidad o en la fantasía de la niña.
La terna de personajes principales, cuyas tramas se van mezclando de manera a veces demasiado frecuente, se cierra con Yolanda, una chica veinteañera que a pesar de tener un currículum brillante trabaja cuidando a Carolina. A su precariedad laboral se le suma la incomprensión de la mayoría de sus amigas, que solo quieren emborracharse; Carolina, además, debe asumir la enfermedad que ha postrado en una cama de hospital a Irene, su amiga más íntima, la única que la comprende.
Todos estos personajes y otros muchos sufrirán la situación límite a la que las explotaciones agrícolas y la sequía extrema han llevado a la zona y que desembocará en un caótico día del Bando de la Huerta.
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