Maddie y las fronteras, Edurne Portela, Galaxia Gutenberg, 2023, 248 págs, 18,50€.
Propone el género de la biografía
lo que podemos considerar una premisa imposible: resumir en unas cuantas
páginas toda la vida de una persona. Hasta las existencias más breves y,
aparentemente, anodinas se pueblan de recovecos difíciles de recorrer en su
totalidad en un solo libro. Estamos acostumbrados a que las grandes biografías
de personajes históricos alcancen extensiones de varios centenares de páginas,
cuando no se acercan al millar. El biógrafo trata de recopilar el mayor número
de detalles posibles de la vida del biografiado para que el lector pueda
hacerse una idea aproximada, incompleta pero veraz, de lo que significó su
existencia. Este carácter de obra necesariamente parcial que tienen todas las
biografías convenció a la escritora Edurne Portela de que la novela era el
género más adecuado para reconstruir la vida de María Josefa Sansberro.
Tal y como explica en el extenso y
crucial epílogo de Maddie y las fronteras,
la autora conoció a través de dos investigadores de Oiartzun la historia de una
mujer que llevó una vida repleta de desventuras en el País Vasco francés de la
primera mitad del siglo XX. Además de ser testigo, y a veces protagonista, de
algunos de los hechos históricos más destacados de las primeras décadas de la
centuria, María Josefa, Maddi (pronunciado “Mayi”) tal y como se la conocía,
tuvo una personalidad poco habitual entre las mujeres de su época. Ante la
escasez de los datos históricos sobre ella que con tesón y mucho trabajo
recopilaron los dos investigadores locales, Izarraitz Villaluce y Joxemari Mitxelena,
Portela optó por la novela antes de por la biografía. Según explica en el
prólogo, la ficción le permitía otorgar a su historia una mayor profundidad y
viveza y aunque los detalles o diálogos del libro hayan sido creados siguiendo
motivaciones literarias, los principales hechos se ajustan a lo ocurrido en la
realidad.
La escritora vasca opta, además,
por un tipo de focalización muy peculiar y arriesgada, que justifica en el
epílogo, y que nos lleva a conocer la historia de Maddi en primera persona,
contada por ella misma, y en presente. Este último recurso a veces ralentiza la
narración, ya que obliga a la narradora a contar la acción mientras que está
siendo testigo de ella, pero también posee un gran valor: nos permite
identificarnos con la protagonista de manera mucho más eficaz que con otro tipo
de focalización. Además, la escritora emplea en algunos momentos otras dos
técnicas muy útiles para la historia: la segunda persona (con la que Maddi se
dirige a Dios o a San Ignacio) o el flujo de conciencia (con el que se recogen
de manera directa y desordenada los pensamientos de la protagonista en
episodios marcados por la tensión).
Pero si relevantes para determinar
la calidad de la novela son las elecciones técnicas de la autora, definitiva es
la creación del personaje de ficción de Maddi a partir de la persona real de la
que tan pocos datos han conseguido rescatar del olvido los investigadores de
Oiartzun. Estamos ante una mujer fuerte, con una personalidad determinada por
una vida repleta de dificultades que, sin embargo, no la han llevado a moverse
un ápice de sus convicciones e ideales. Así, por ejemplo, a pesar de que se le prohíbe
recibir la comunión por ser una mujer divorciada, Maddie no duda en acudir al
cura durante la misa en la iglesia del pueblo para que sea él el que se niegue
a darle el cuerpo de Cristo a una persona tan religiosa como ella. Estamos, por
lo tanto, ante una mujer normal y corriente, no esperen aquí narraciones de
aventuras extraordinarias, pero que pasó toda su vida traspasando algunos de
las barreras que se le imponían. La lucha de Maddi contra varios de estos
impedimentos se convierte en el eje principal de la novela.
El primer límite que marca la
existencia de la protagonista es de carácter geográfico: la frontera. Tras
nacer en Oiartzun, Maddi pasa pronto a Francia y vive casi toda su vida en
Iparralde, el País Vasco francés. Tras un matrimonio fallido y varios empleos
precarios, consigue convertirse en la directora, en realidad, en prácticamente
su única trabajadora, de un pequeño hotel rural que ha comprado su amigo Louis.
La privilegiada situación de este establecimiento, situado cerca de la montaña
que separa Francia de España, permiten que Maddie se convierta en parte de un
grupo de contrabandista, a los que da apoyo, esconde y a los que, en ocasiones,
se une. El trasiego entre ambos lados de la frontera que en principio tiene una
motivación económica, completar los magros beneficios del hotel, deviene en una
red de asistencia a disidentes políticos y refugiados cuando las consecuencias
de la Guerra Civil y de la Segunda Guerra Mundial llegan hasta este rincón de
los Pirineos.
El segundo tipo de límite que
traspasa Maddie es simbólico, ya que está dibujado por las convenciones
sociales. Su carácter fuerte y decidido, su independencia y la peculiar
relación que establece con Louis, una sólida amistad que acaba convirtiéndose en
un matrimonio de conveniencia, se convierten en el combustible ideal para
avivar las habladurías del pueblo. Si a la ecuación se le suma un niño de
origen incierto y el divorcio de Maddie de su primer marido, estamos ante uno
de esos habituales episodios de marginación que sufren muchas mujeres en los
pueblos por no seguir las convenciones, por ser diferentes. Sin embargo, ni
esta ni otras muchas dificultades que sufre la protagonista a lo largo la
novela consiguen mellar su fuerza y determinación.
Maddie y las fronteras es un libro cuya mayor virtud es
conseguir rescatar del olvido a una mujer valiente y fuerte que supo romper
muchas de las barreras que su época le imponía. Además, nos muestra situaciones
terribles sufridas por personas cuyo único delito fue el de la valentía y que
jamás deben caer en el olvido. Portela consigue, en definitiva, una novela
vibrante mediante la creación de un personaje de ficción magnético que recorre
los mismos y difíciles caminos que la auténtica Maddie tuvo que recorrer.
Reseña publicada en La Verdad.
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