Las voces de Adriana, Elvira Navarro, Random House, 2023, 144 págs., 18€.
“¿Hasta dónde nos acompañan los muertos?” se pregunta Adriana, la narradora de esta novela, al final de la primera parte. Una cuestión tan trascendental no posee una respuesta única ni un único acercamiento correcto, pero la protagonista de este estupendo libro, uno más, de Elvira Navarro, parece querer indagar en las cenizas de su familia (reducida casi a la mínima expresión) y opta por darle voz a su madre y a su abuela, ambas fallecidas.
Lo hace en la tercera y última parte de la novela, en la que escuchamos alternativamente las voces de las tres mujeres (Adriana también ofrece su propia experiencia) para trazar un retrato femenino de una familia que, como todas, ha sufrido diversos avatares. En el monólogo de la abuela, nacida en los años veinte y con una larga vida que la llevó a superar las nueve décadas, encontramos la visión de una mujer de pueblo profundamente cristiana que sufrió numerosas muertes en su familia (sus hermanos durante la Guerra Civil, sus hijos con el paso del tiempo). La madre de Adriana representa esa generación de mujeres que pudo estudiar y que a pesar de ser mucho más independientes que las anteriores vieron como su vida estuvo dirigida por la autoridad del padre. Adriana nos habla en esta sección del libro sobre una relación que mantuvo con un hombre casado (y luego divorciado) a través de los poemas que ella misma escribe.
Destaca esta tercera parte del libro, además de por la profundidad en el análisis de la incardinación de las mujeres en el sistema familiar, por la originalidad de la narración. Aunque la abuela y la madre relatan sus experiencias en primera persona, estos personajes son conscientes de que es Adriana la autora de los textos y a veces se quejan de no reconocerse en las palabras que su nieta e hija, respectivamente, pone en sus bocas. Por ejemplo, después de que se reproduzca un episodio fundamental en la familia, la abuela le reprocha a Adriana que “ha escrito lo que le ha dado la gana”. Encontramos una triple identidad autorial (los personajes, la narradora, la autora) de una gran originalidad y eficacia para construir un relato polifónico pero a la vez marcado por la visión de la generación más joven.
No menos destacada es la parte central del libro, dedicada a la casa del pueblo, espacio fundamental para la familia materna, pero también para Adriana, ya que pasa allí con sus abuelos gran parte de su infancia mientras sus padres trabajan en la ciudad. Navarro nos ofrece una magnífica descripción topográfica de la vivienda en la que muestra de manera detallada los sonidos o los olores que la protagonista asocia a cada estancia. Este repaso a los espacios que marcaron su infancia termina con una alusión a unas “presencias” que notaba en una de las habitaciones y que podemos identificar con los (muchos) muertos de la familia.
La primera parte de Las voces de Adriana, la más extensa pero la menos relevante desde mi punto de vista, nos describe cómo el padre de la protagonista asimila la muerte de su mujer. Mientras que Adriana, una investigadora que intenta terminar su tesis doctoral, se encierra en su soledad, su padre parece querer olvidar su viudedad lanzándose a una carrera desenfrenada por conocer mujeres a través de aplicaciones para ligar. Esta búsqueda compulsiva de nueva pareja se ve acompañada por el gasto irresponsable de sus ahorros y por una vida poco saludable que acabará provocándole un ictus.
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