Nevada, Claire Vaye Watkins, Malastierras, 2019, 267 págs., 19€.
Posee el estado de Nevada un aura extraña, como de un lugar que no parece existir más allá de un decorado. Por supuesto, se trata sólo de una sensación provocada por los enormes casinos y por la cantidad de turistas que visitan sus ciudades, especialmente Las Vegas, una localidad única en todo el mundo y que parpadea cada noche en mitad de un desierto inhóspito. Sin embargo, los que pasamos un fin de semana en este territorio no somos conscientes de que es una ciudad como cualquier otra, con sus rutinas, sus familias y sus sombras más allá de las luces brillantes del Strip. La escritora norteamericana Claire Vaye Watkins dedica la mayoría de los relatos de su volumen a este peculiar estado que ha sido su hogar durante gran parte de su vida.
Con un estilo crudo y directo que recuerda a los relatos de Raymond Carver, Vaye Watkins nos presenta a unos personajes que se sienten desvalidos tras haber sufrido algún hecho traumático en sus vidas. Este suceso es a veces cotidiano, un embarazo de un hombre que no te quiere o el difícil equilibrio sentimental entre tres amigos, pero, a menudo, nos ofrece tintes más trágicos como la violación a una amiga de la que la protagonista se siente cómplice o el oscuro pasado de un padre. Los personajes de Nevada, como los de Carver, tratan de soportar el peso que acarrean con las drogas, el alcohol o una radical soledad que los aleje de las nocivas presencias de otras personas.
En un territorio árido como son las desérticas planicies del interior de California y Nevada, la vida de sus habitantes contrasta con el oropel de los cercanos casinos de Las Vegas. En la mayoría de los relatos nos encontramos con mujeres jóvenes que no saben qué itinerario seguirán sus vidas y cómo soportar las dificultades que sufren. Vaye Watkins comienza en “Fantasmas, cowboys” contándonos su traumática historia familiar: su padre fue miembro de la secta de Charles Manson. En “Rondine al nido” una mujer recuerda un duro episodio de su pasado, marcado por el sentimiento de culpa que su acción provocó en una amiga. La protagonista de “Ojalá estuvieras aquí”, por su parte, vive una crisis en su matrimonio, durante la visita a un antiguo novio, mientras que en “La archivista” es la tentación de volver a abortar la que acecha a la narradora.
Los agrestes paisajes del Oeste americano se configuran como un personaje más del volumen y adquieren especial relevancia en relatos como “Carabela portuguesa”, donde un solitario minero encuentra a una adolescente desmayada en el desierto, “Lo que menos falta nos hace”, cuento en el que el pueblo fantasma de Rhyolite une a dos desconocidos, o “Pasado perfecto, pasado continuo, pasado simple”, relato de cómo un turista italiano se refugia en un burdel tras la desaparición de su amigo. Incluso en el relato más diferente del conjunto, “Las excavaciones”, ambientado en la Fiebre del Oro de mitad del siglo XIX, el espacio físico sigue siendo el mismo. En este cuento tan diferente, que se presenta casi como un relato de aventuras, la desgracia vuelve a amenazar a los protagonistas, en forma de locura en este caso.
Estamos, en definitiva, ante un libro excelente, con una narradora que logra algo tan difícil como es construir personajes que dejan huella en el lector.
Reseña publicada en El Noroeste:
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