Sintaxis, José Luis Martínez Valero, La Fea Burguesía, 2019, 160 págs., 10€.
¿Influye la edad del autor en la naturaleza de un libro? Normalmente podríamos responder negativamente a esta cuestión, pero existen algunas obras que sólo se imaginan escritas por autores de una u otra edad. Por citar dos casos significativos, podemos pensar que la inocencia que destila el terrible Diario de Ana Frank no hubiera sido posible sin que la autora no hubiera sido una adolescente; el Quijote, por su parte, fue escrito por un hombre en el tramo final de su vida, aunque Cervantes tenía cincuenta y ocho años cuando se publicó la primera parte, esta era ya una edad respetable para la época, que volcaba en su novela una experiencia vital larga y tortuosa. A este grupo de obras marcadas, de manera positiva, por la edad de su autor podemos añadir Sintaxis, el último libro del escritor murciano José Luis Martínez Valero.
Y es que si algo destaca en las páginas de esta obra es la sabiduría que rezuman las palabras de un antiguo profesor que cerca de cumplir los ochenta años ofrece una mirada reposada y lúcida sobre temas muy diversos. Dueño de una extensa obra lírica, el literato aguileño opta aquí por la prosa para ofrecernos más que su opinión, su manera de ver asuntos tan dispares como la enseñanza, la literatura, la pintura o la amistad. En las páginas de Sintaxis Martínez Valero imprime a su estilo una cadencia poética que a menudo se acerca al poema en prosa sin llegar nunca a serlo. Estamos ante un libro difícil de definir genéricamente; aunque no es narrativo, algunos fragmentos se pueden leer como cuentos o incluso como microrrelatos, “Caperucita”. Si bien no es un ejercicio de crítica literaria, son varios los textos que se ocupan de la obra de sus escritores predilectos, entre los que se encuentran Gabriel Miró, Antonio Machado o Santa Teresa, e incluso se citan fragmentos significativos de los mismos, “La correspondencia”. Aunque no estamos ante unas memorias, el recuerdo de la infancia protagoniza capítulos de nombres tan significativos como “Cuando era niño”.
En estas estampas, algo más de medio centenar cuya extensión oscila entre las pocas líneas y las pocas páginas, adquieren a menudo protagonismo un pueblo y una ciudad. La localidad más pequeña va unida a las vivencias infantiles y se puede identificar con la Águilas natal del autor, espacio de aventuras que quedaron impresas en la memoria. La ciudad, que no es otra que Murcia, se asocia, por el contrario, con la madurez; se trata de un espacio para recorrer con calma y en el que el autor se convierte en flaneur por el Malecón o en una especie de arqueólogo que descubre el origen de un fragmento de pared de la calle Sociedad, “El palimpsesto urbano”.
A pesar de que estamos ante un libro con un fuerte componente autobiográfico, o quizás por ello, el autor se inventa un álter ego que protagoniza varios de los fragmentos. Se trata de Amancio, un poeta cuyas anécdotas y reflexiones escuchamos y que se va a encontrando a amigos con los que entabla conversaciones que parecen accidentales pero que no tienen nada de banal.
Reseña publicada en El Noroeste.
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