El lugar de la espera, Sònia Hernández, Acantilado, 2019, 173 págs., 16€.
La generación nacida en España entre mediados de los años setenta y principios de los ochenta ha recibido apelativos tan (aparentemente) contradictorios como “la mejor preparada de la Historia” y “la primera que vivirá peor que sus padres”. El primer y laudatorio calificativo hace referencia al alto porcentaje de sus miembros que poseen una carrera universitario o un máster, sinónimo para los españoles nacidos durante el Franquismo de un buen puesto de trabajo. Sin embargo, la precariedad acabó durante la primera crisis económica del siglo XXI con este espejismo y mostró que gran parte de los integrantes de esta generación no iban a conseguir el estatus económico (una casa en propiedad y, quizás, otra en la playa) que sus padres adquirieron con menor formación académica.
Sònia Hernández pertenece a este grupo de españoles (nació en 1976) y retrata en su novela El lugar de la espera la frustración que esta realidad ha provocado en ellos. En uno de los pasajes del libro, la narradora explicita esta idea con las siguientes palabras: “Nosotros teníamos que superarlo todo. Nacimos justo cuando se acababa la dictadura. Podemos hacer lo que queramos. La libertad.” (pág. 116). Parece que las posibilidades que se le ofrecieron a la primera generación de españoles nacidos en democracia generaron unas expectativas demasiado altas que la realidad se ha encargado de borrar. Con ese “nosotros” la narradora se refiere a los nacidos en aquella época de cambio, pero, también y de manera más concreta, al grupo de amigos que protagonizan esta novela coral.
Se trata de un grupo heterogéneo pero que comparten edad, origen (un barrio obrero) y esa frustración tras la llegada a una vida adulta que no era tal y como les habían prometido. Vasili, por ejemplo, es el artista del grupo, pero no ha desarrollado una carrera exitosa. Noe es un transexual que ha sufrido la incomprensión de la sociedad en su transformación de mujer a hombre. Sergio y Olga forman una pareja marcada por las infidelidades y por los grandes proyectos que él no logra llevar a cabo. Pero son Malva y Javier los miembros del grupo que más perdidos se encuentran; ella fue una exitosa actriz adolescente que ahora está en horas bajas, mientras que Javier, que teme perder la custodia de sus hijas, quiere denunciar a sus padres y al Estado por su fracaso vital. El grupo de amigos trata de ayudar a ambos mediante el arte: creando una obra de teatro en la que Malva pueda actuar y una performance para visibilizar la queja de Javier.
Este peculiar punto de partida se desarrolla en una novela llena de reflexiones sobre el pasado del grupo, aseguran que hicieron todo lo que les pidieron para alcanzar el éxito, y sobre su desesperanzador presente. Esta historia coral es narrada por una de ellas, la hermana de Javier, que, a pesar de ser la voz a través de la cual conocemos las discusiones y acuerdos de todos, es la más desconocida y actúa tan sólo como portavoz. Más importancia tiene en la vertiente metaliteraria de la novela: la narradora dialoga cada cierto tiempo con una segunda persona que le cuestiona la manera de relatar la historia.
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