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domingo, 14 de enero de 2018

Muro de las lamentaciones - Rubén Castillo



Muro de las lamentaciones, Rubén Castillo, Baile del sol, 2017, 172 págs., 10€.

Existe un concepto en la Teoría Literaria de extraño nombre y definición confusa que, sin embargo, ofrece numerosas posibilidades a los escritores. Me estoy refiriendo a la “intertextualidad”, término que alude a las relaciones entre un texto literario y otro previo. En la práctica, y acotándolo un poco, consiste en las parodias, homenajes o referencias a una obra literaria previa que existan en un nuevo texto. Rubén Castillo emplea con habilidad y oficio narrativo las posibilidades que ofrece esta técnica en varios de los cuentos de Muro de las lamentaciones.
Este grupo de relatos intertextuales dosifican la información relativa al personaje literario o histórico y, a menudo, no somos conscientes de la referencia hasta las líneas finales. Además, el autor permite que los lectores que no conozcan la alusión disfruten igualmente de los cuentos, ya que se trata de narraciones independientes, con su propia trama, en las que la lectura intertextual enriquece la recepción pero no es fundamental para entender la historia.
“Cartas de Wendy” es el primero de los textos de este grupo; ubicado en el Berlín del final de la Segunda Guerra Mundial, se completa con una alusión al escritor Franz Kafka. El subtítulo de “El último caballero andante” ya adelanta la naturaleza que posee el relato: “Un divertimento cervantino”. Por su parte, en “Guillermina” la referencia a Neruda sólo aparece justo al final del relato. El grupo de relatos intertextuales se completa con “Las lágrimas de Gontard”, que da voz al banquero de cuya mujer se enamoró el poeta Hölderlein, y con “Si me mirara”, donde una tímida dama se enamora desde la distancia de un hombre que se identifica con uno de los heterónimos de Pessoa.
Pero Muro de las lamentaciones es mucho más que un juego de referencias literarias que el lector debe averiguar; si por algo destacan estos catorce cuentos de lectura absorbente y estilo ágil, es por su variedad. “En la cinta transportadora” y “Sábados alternos” comparten protagonistas similares, dos mujeres de mediana edad, pero que viven situaciones opuestas. Mientras que la primera vive atrapada en un trabajo duro y mal pagado y en la rutina familiar, la segunda es una mujer de negocios muy independiente.
El inexorable paso del tiempo y la frustración que provoca en algunas personas que se dan cuenta de que se han dejado arrastrar por él son sentimientos compartidos por los protagonistas de “Blas”, que recuerda episodios de su añorada infancia, y de “La soledad de pájaro dodo”, en el que se traza un paralelismo entre esta ave desaparecida y un gris guardia de un pueblerino museo británico. Esta frustración, que en los anteriores es secundaria, adquiere protagonismo en el impactante final de “El hombre de los zapatos color corinto”. “Estirpes” relata la ancestral enemistad entre dos familias que han ido heredando de generación en generación el odio mutuo que se profesan. Por su parte, “Alucinaciones” puede encuadrarse dentro de la narrativa fantástica, mientras que “Dos cuentos para que usted los escriba” posee una naturaleza metaliteraria.
Mención aparte merece “La división Keeler”, el mejor texto de la colección en mi opinión. Con una profundidad mayor que en el resto de relatos, el narrador acompaña a Ernesto durante una madrugada en la que reflexiona sobre su poco exitosa carrera de escritor y sobre las consecuencias de su decisión de romper con su esposa para irse a vivir con una chica mucho más joven. 

Reseña publicada en El Noroeste.


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