Los días de la peste, Edmundo Paz Soldán, Malpaso, 2017, 325 págs., 20€.
Rigo, uno de los muchos personajes de esta novela coral que es Los días de la peste, es fiel a una extraña religión que exige respeto por la vida de todos los seres vivos, por minúsculos que sean. Rigo utiliza el plural para referirse a sí mismo, ya que su piel, su voz y también los microbios que habitan su cuerpo son parte de esa colectividad que es él. Algo similar ocurre con la Casona, la cárcel donde se ubica la última y excelente novela del boliviano Edmundo Paz Soldán, a la que muchos consideran un único ser integrado por todas las personas y animales que habitan en ella.
Los días de la peste narra como esta prisión, abarrotada, caótica y con un funcionamiento interno bastante peculiar, vive una extraña y mortífera plaga que acaba con la vida de una mujer que vive allí y que con rapidez se extiende por todo el penal. Esta crítica situación sanitaria pone de manifiesto todos los defectos de la Casona: la carencia de higiene, la mala alimentación, la violencia, la corrupción de los guardias, el abuso a los menores que viven allí con sus familiares presos, etc. La crudeza con la que Paz Soldán describe los efectos de la enfermedad (vómitos, diarreas, hemorragias), no impresiona tanto como la terrible situación que soportan la mayoría de los presos. La cárcel, que acaba sumida en el más absoluto descontrol por lo inestable de su equilibrio, posee una clara estratificación social. Así, mientras que algunos presos del primer patio poseen, gracias a que pueden pagar sobornos, lujosos apartamentos, los del tercer patio viven hacinados y los del cuarto son sometidos a torturas. Todo en la Casona se mueve en función del dinero que se posea.
A través de una narración polifónica a veces compleja, en ocasiones se hace difícil seguir el decurso temporal de los hechos, el lector va conociendo a todos los personajes que pululan por la casona. Mediante la primera o la segunda persona y con fragmentos breves que no suelen superar las dos páginas de extensión, se pone el foco sucesivamente en los mandatarios que manejan la prisión para sus fines políticos, los guardias que hacen del chantaje un complemento a su sueldo, en los presos que tienen que sobrevivir de las más diferentes formas y en los familiares, especialmente mujeres y niños, que acaban siendo los más vulnerables en la prisión.
La Casona está ubicada en la región de Los Confines, de un país que podría ser cualquiera de Latinoamérica. Ya con el propio nombre Paz Soldán comienza la definición de un lugar alejado del resto del país al que pertenece y que se siente abandonado por los políticos de la capital. Se entregan, además, a un culto a una especie de Virgen, a la que han bautizado como la Innombrable, representada con un machete entre los dientes. En este contexto en el que la brujería se mezcla con la religión, la Casona no es una excepción, sino el lugar donde la corrupción y la superstición que marcan a Los Confines acaba por explotar.
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