Qué vergüenza, Paulina Flores, Seix Barral, 2016, 293 págs., 18€.
Muchos lectores somos bastantes desconfiados
al leer excesivos elogios hacia el libro de un autor novel. Aceptamos que las
fajas con las que las editoriales envuelven un libro estén repletas de elogios
desmesurados, pero si, además, es la primera obra de un escritor y éste es
joven, la desconfianza se torna en aprensión. Sin embargo, a veces las loas
están justificadas y, tras unas pocas páginas,
nos sumamos a la euforia de haber encontrado a una voz interesante cuya
existencia desconocíamos. Esto es lo que
ocurre al leer Qué vergüenza, la opera prima de la chilena
Paulina Flores que se publica en España con la expectación que ha provocado su
éxito en su país natal.
Es cierto que el libro no supondrá un punto y
aparte en la literatura en español, tampoco se le debe pedir esto a una autora
que aún no ha llegado a la treintena, pero estamos ante una obra lo
suficientemente sólida como para esperar con optimismo nuevas entregas de sus
narraciones. Varios críticos chilenos han coincidido en que no parece una obra
de una autora debutante, sino de alguien con mayor madurez como autor. Si bien
entendemos, y compartimos, que estas frases funcionan como un elogio a su
capacidad como narradora, no coincidimos en que la juventud de la autora no se
vislumbre en los textos. Es cierto que el manejo del estilo es comparable al de
otros escritores con carreras más longevas, pero existe en los textos un
acercamiento a la juventud y, sobre todo, a la infancia, con una frescura que
sólo se puede conseguir cuando aún son vívidos en el autor los recuerdos de esta época.
Qué vergüenza está compuesto por nueve relatos de
extensiones que oscilan entre las doce y las ochenta y cinco páginas, pero con
varios elementos que otorgan homogeneidad al conjunto. En primer lugar, está el
contexto espacial y temporal de los relatos: todos están ubicados en Chile, si
bien en distintas localidades y en barrios de diferente clase social, y en el presente
o en un pasado reciente: los años noventa. En segundo lugar, el ya apuntado
protagonismo dado a niños y a jóvenes ofrece un nuevo elemento cohesionador.
Por último, la mayoría de los relatos se mueven dentro del ámbito familiar o,
al menos, íntimo, y se puede percibir en varios de ellos una tendencia a definir
a las mujeres como personajes fuertes dentro de la familia, mientras que los
hombres ocupan un lugar secundario o pasivo por encontrarse ausentes, en la
cárcel o en el paro.
Entre
los nueve textos podemos destacar el que da nombre al volumen, que muestra la
vergüenza que sufre una niña al provocar, sin pretenderlo, que su padre caiga
en el ridículo. Un tema similar, un
padre caído en desgracia y un niño responsable de salvarlo, se pone en juego en
“Talcahuano”. Por su parte, “Últimas vacaciones” y “Tía Nana” tienen como eje
la afirmación de la infancia como etapa definitoria de nuestra personalidad.
Más ambiguos son “Teresa”, sobre las apariencias, y “Laika”, que trata una
primera experiencia erótica. El volumen acaba con el relato más extenso y
complejo, “Afortunada de mí”, en el que se narran de manera paralela dos
episodios de la vida de una chica, uno en la actualidad y otro en su niñez,
relacionados entre sí.
Reseña publicada en El Noroeste:
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