Sin ti no hay nosotros, Suki Kim, Blackie Books, 2015, 324 págs., 21€.
Corea del Norte provoca
un interés desmedido en muchos occidentales. Sentimientos como la curiosidad,
el morbo o la indignación se mezclan en las pocas crónicas periodísticas que
nos llegan de lo que ocurre dentro del país más hermético del mundo. Los pocos
occidentales que pueden acceder a este estado asiático lo hacen siguiendo un
itinerario controlado al milímetro por un régimen obsesionado por dosificar la
imagen que se proyecta de Corea del Norte. Por eso resulta tan interesante
poder acceder a la experiencia de alguien que ha permanecido varios meses tras
las fronteras del país como Suki Kim.
Esta periodista y
escritora, nacida en Corea del Sur pero afincada en Estados Unidos desde su
adolescencia, logra un trabajo en la universidad que pone en marcha una
institución cristiana a las afueras de Pyonyang con la aquiescencia del
régimen. Éste, envía a allí a algunos de sus mejores alumnos con el fin de que
mejoren su dominio del inglés y Suki acaba siendo una de las profesoras que
enseña a los jóvenes la lengua de su archienemigo. Los meses que pasa
infiltrada en la universidad, sus jefes tampoco saben que es una escritora que
prepara un libro sobre Corea del Norte, son los que se recogen en Sin ti no hay nosotros.
Tenemos un testimonio de
primera mano y que difícilmente se podrá repetir de cómo son y estudian los
jóvenes norcoreanos. La autora describe la disciplina casi militar de sus
alumnos (todos chicos), que, a pesar de ser veinteañeros, tienen un sentido de
la responsabilidad difícil de ver en chicos de otros países. Su obsesión por
ser los mejores y por servir a su país, al que defienden a ultranza, nos
muestra a unos jóvenes alienados e
incapaces de permitirse cualquier tipo de individualismo, una herejía en el
país. Sin embargo, la cordial relación con la profesora Kim, una americana al
fin y al cabo, abrirá pequeñas grietas en su monolítica mentalidad y las clases
de inglés les provocarán, por primera vez, ciertas dudas sobre la excelencia de
Corea del Norte.
Junto con la posibilidad
de conocer a los estudiantes norcoreanos de cerca, el otro punto de interés del
libro es la autora. Su propia biografía es un ejemplo de los vaivenes que ha
sufrido el pueblo coreano en el último siglo: su familia, antes de emigrar a
Estados Unidos, sufrió la guerra e incluso uno de sus tíos desapareció en el
norte. Kim describe de manera precisa la asfixiante experiencia norcoreana; por
un lado, debe estar siempre pendiente de lo que dice en las clases o en
cualquier conversación ya que es espiada las veinticuatro horas del día; por
otro, debe ocultar su condición de escritora con sus jefes y compañeros y
hacerse pasar por una fervorosa cristiana. Además, la imposibilidad de salir
sin permiso del recinto universitario, donde vive y trabaja, termina por aumentar
la sensación de claustrofobia que acaba afectándola psicológicamente.
Aunque se eche en falta
cierta crítica a la política de Estados Unidos, su cultura aparece un tanto
idealizada en contraposición a la norcoreana, Suki Kim sabe crear una narración vibrante
sobre los meses que pasa en el país, en el que conoce de primera mano y gracias
a sus alumnos la verdadera cara del régimen, y que terminan, precisamente, el
día de la muerte de Kim Jong-il.
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