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jueves, 30 de octubre de 2025

Días de sol y piedra - Pepe Pérez-Muelas


Días de sol y piedra. De los Alpes a Roma, Pepe Pérez-Muelas, Siruela, 2025, 245 págs. 


Los (buenos) libros de viajes suelen mezclar con naturalidad el relato del periplo del autor con datos relacionados con los lugares visitados. El interés de la obra dependerá mucho de la capacidad narrativa del escritor y de la amplitud de su conocimiento sobre la historia o la cultura de las zonas visitadas. Sin embargo, para que un buen libro de viajes deje un poso mayor en el lector debe ofrecer algo más, un tercer elemento que complemente a los anteriores. Pepe Pérez-Muelas opta por añadir a lo narrativo y a lo enciclopédico un componente sentimental que hacen de este Días de sol y piedra un gran libro de viajes.

El autor describe sin pudor a lo largo de las páginas de este viaje por la Vía Francígena italiana varios problemas personales que añaden una profundidad a un libro que va más allá de contar un recorrido geográfico. Desde el reencuentro con el hermano del que el autor lleva unos años alejado, hasta la búsqueda de la fe a través de un itinerario de origen religioso o las referencias a los ataques de ansiedad que lleva un tiempo sufriendo, son frecuentes las partes en las que la introspección gana espacio a la narración, humanizando así al autor. 

Por supuesto, el relato del viaje en bicicleta desde el paso alpino de San Bernardo hasta Roma es el eje narrativo de la obra y la que ocupa la mayor parte de las páginas. Asistimos a una lucha del viajero/peregrino contra el frío, el calor, el polvo y, sobre todo, las pendientes de las carreteras del norte y el centro de Italia que tiene como recompensa final la llegada a la capital del Tíber. Como alicientes están los negroni y las cervezas en algún alto en el camino y especialmente los encuentros con las distintas personas que, por motivos muy diferentes, realizan el mismo viaje o asisten a los caminantes y ciclistas. Los paisajes del Valle de Aosta, de la Toscana o del Lazio comparten protagonismo en el libro con los distintos monumentos, especialmente iglesias, catedrales y monasterios donde a veces lo acogen para pasar la noche. 

El último aspecto que integra un libro notable y que lo emparenta con los mejores ejemplos del género, como el clásico Corazón de Ulises (1999) de Javier Reverte, es la referencia literaria o histórica que aparece en cada capítulo. Aunque en algunos casos la inclusión parece un tanto fortuita, la casualidad quiere que el autor se encuentre con una Penélope y con una Nausícaa que le hacen recordar a los personajes homéricos del mismo nombre, en otros casos el referente es más original y estrechamente relacionado con el viaje, como el libro de Dino Buzzati sobre el Giro de Italia. 

domingo, 19 de octubre de 2025

Fosca - Inma Pelegrín


 

El culpable sin rostro. Sobre ‘Fosca’ de Inma Pelegrín. 


Uno de los objetivos de todo autor es la verosimilitud; es decir, lograr que la historia que se narra se mueva siempre dentro de lo lógico dentro del género que se encuadra, sea este el realismo o lo fantástico. Sin embargo, muchos narradores optan en los diálogos de sus personajes por emplear un lenguaje culto incluso cuando se trata de personas con pocos estudios o analfabetos. Inma Pelegrín, sin embargo, no ha tenido miedo a que los protagonistas de su novela ‘Fosca’ hablen como lo que son: unos campesinos de mediados del siglo XX. Este es solo uno de los aciertos de una novela sobresaliente, con el que la poeta lorquina, con una sólida y larga trayectoria en la lírica, debuta en la narrativa con un libro que la ha hecho acreedora del Premio Lumen de novela. 

El lenguaje de ‘Fosca’ posee una enorme riqueza léxica y su mayor logro está en recuperar palabras del dialecto murciano a través de sus personajes. Así, encontramos vocablos autóctonos de nuestra Región como “bajocas”, “lebrillo”, “poyete”, “cansera”, “calistros”, “leja”, “regomello” o “zagales”. Además, los protagonistas se expresan con coloquialismos o vulgarismos y en los diálogos se imita la pronunciación murciana: “pasás”, “entresudao”, “entodavía”, “naide”, etc. Este lenguaje y el paisaje donde se desarrolla la acción, una casa en mitad del campo lorquino, con sus ramblas y su fosca acuciante en el verano, enmarcan el libro en ese resurgimiento de la literatura rural que se ha producido en los últimos años. 

Si bien ha habido otros libros que se han centrado en estos últimos años en los pueblos murcianos, ‘La noche de arena’ (2024) de Trifón Abad o ‘Ropasuelta’ (2024) de Santos Martínez, en las pedanías de la capital, ‘El dolor de los demás’ (2018) de Miguel Ángel Hernandez, e incluso en la sierra entre Águilas y Lorca, ‘Almenara’ (2024) de Miguel Ángel Ruiz, la más cercana geográficamente al libro de Pelegrín, todos lo hacían desde el presente. Por ello, veo más concomitancias con otros libros que se desarrollaban en otras partes de España pero en la misma época que ‘Fosca’. En este sentido podemos recordar el clásico ‘Los santos inocentes’ (1981) de Miguel Delibes y el más reciente ‘Intemperie’ (2013) de Jesús Carrasco, con el que encuentro bastantes similitudes. 

En este duro contexto, el campo lorquino hacia la mitad del siglo XX, es donde viven la familia formada por el Padre, la Madre y sus cuatro hijos adolescentes. Si los tres mayores se rigen por la brutalidad, el desinterés por la escuela y el sometimiento al Padre, el pequeño, Gabi, es, por el contrario, el más sensible y el preferido de la Madre. Esto no le evita que tenga que ayudar en las tareas agrícolas a las que se dedica la familia y lo convierten en el blanco de las burlas y los abusos de sus tres hermanos: el violento Miguel, el taciturno Rafa y el epiléptico Serafín. Un papel importante en la trama también juegan la vecina Marcela, que vive sola en la casa más cercana a la familia, y la perra Sombra, la mejor amiga y confidente de Gabi.  

El eje de la trama de la novela es una investigación: la que debe hacer Gabi, el narrador, para descubrir cuál de sus hermanos ha sido el culpable de un ataque (indirecto) contra él. Aunque el chico ha estado presente, su incapacidad para identificar las caras de las personas le impide descubrir cuál de sus tres hermanos ha sido el autor del hecho. Por ello debe comenzar a investigar si el “Hermano alimaña”, como él lo define, es Serafín, Miguel o Rafa. Este misterio, ya de por sí intrigante, consigue enganchar enormemente al lector gracias a dos mecanismos narrativos que considero de una gran inteligencia por parte de la autora: el uso del narrador en primera persona y el relato en presente. Ambos consiguen que acompañemos a Gabi en su desasosiego y en su venganza y nos impliquemos mucho más con sus sentimientos. 

Durante esta investigación el narrador se centra en tres aspectos que van estructurando la parte central del libro: en primer lugar, en tratar de acordarse, ya que no puede hacerlo del rostro del ejecutor, de todos los detalles de la noche de autos. En segundo lugar, realiza una retrospectiva de su relación con cada uno de sus hermanos para hallar posibles motivos que pudieran haber llevado a uno de ellos a atacarlo de aquella manera. En estas analepsis también recuerda algunos buenos momentos (un baño en la playa, la defensa frente a un matón en el colegio, las risas tras una tarde de trabajo) pero tiene que espigarlos entre un catálogo de iniquidades sufridas a manos de los tres mayores. Mientras tanto, Gabi debe aparentar que no fue testigo del acto para que el “Hermano alimaña” no sospeche que está intentando descubrirlo y así deje alguna pista que ayude al protagonista a desvelar el rostro del culpable y su identidad. 

Otro aspecto que destaca en la novela de Inma Pelegrín tiene que ver con el retrato de la época. Además de mediante el léxico, que llama la atención por su verosimilitud como ya he indicado, la autora reconstruye con precisión el ambiente de la Lorca rural de hace tres cuartos de siglo con la reproducción en el texto de muchas de sus costumbres. En las recetas que prepara la Madre, en los remedios caseros que conoce Marcela para casi todas las enfermedades, como para las verrugas que llenan las manos de Gabi, en los castigos corporales en el colegio o en los rituales del cortejo y de la muerte hallamos un mundo no tan lejano que parece haber desaparecido para siempre. 

Logra con ‘Fosca’ Inma Pelegrín un debut extraordinario en la novela. Nos ofrece una historia dura e intensa sobre la violencia, la amistad y la venganza. Además, logra captar perfectamente un ambiente concreto, el del campo lorquino de mitad del siglo XX, pero que representa a toda una época en nuestro país.


Reseña publicada en La Verdad. 





sábado, 4 de octubre de 2025

Comerás flores - Lucía Solla Sobral


 
Comerás flores, Lucía Solla Sobral, Libros del Asteroide, 2025, 242 págs. 


Algunos casos de maltrato físico y, especialmente, psicológico son difíciles de entender por algunas personas ajenas a la pareja. A menudo se identifica solamente a las  víctimas con aquellas que poseen una situación económica vulnerable y una falta de independencia. Sin embargo, la realidad es mucho más dura y son muchas las mujeres en situaciones aparentemente buenas que sufren violencia de género. Para entender mejor a este tipo de víctimas Lucía Solla Sobral ha escrito este Comerás flores, su interesante ópera prima. 

Marina, la protagonista y narradora del libro, es una veinteañera como tantas otras: tiene un trabajo mal pagado pero estimulante, una familia cercana en la que falta su padre, un grupo de gente con los que sale a menudo y una amiga íntima con la que comparte piso junto a su perra. Es una mujer moderna, urbanita y con estudios que parece alejarse del perfil más habitual en las víctimas. Sin embargo, el libro nos recuerda que hay que poner el foco en el maltratador, único responsable de la violencia (psicológica en este caso) que ejerce sobre la víctima. Y es ahí donde aparece Jaime, un narcisista que se aprovecha de su diferencia de edad, más de veinte años, su halo de artista y de su sofisticación para primero encandilar y después controlar hasta la asfixia a Marina, su pareja. 

El libro posee varios aciertos pero también algún que otro fallo desde mi punto de vista. Entre estos está cierta tendencia a abusar de metáforas como “se me pusieron ojos de mar” (219), “llenarme la boca de entrañas” (190), “como si tuviese un cielo azul en la boca” (149) o “un nidito de palabras (104). También  que el personaje de Jaime reúna todos los clichés del hombre maduro y con ínfulas de creador que quiere obnubilar a una joven con regalos y experiencias epatantes; quizás la autora nos quiere mostrar con lo que a algunos lectores nos parecen hipérboles comportamientos reales de este tipo de abusadores. 

Entre los aciertos, que son más que lo negativo en un libro notable, quiero destacar en primer lugar la excelente narración de la caída de Marina desde el éxtasis inicial de la relación hasta los pozos más oscuros del maltrato psicológico. También es preciso el retrato generacional de esa parte de la juventud, que se da normalmente avanzada la veintena, en la que vamos adquiriendo más responsabilidades (laborales, familiares, de pareja) y comenzamos a despegarnos de nuestros amigos y también de nuestros intereses. En este sentido destaca la descripción que de esta situación se ofrece en la página 118 desde la perspectiva de Marina que se da cuenta de que no ha cumplido sus objetivos y que no está tan al tanto de la música como antes y siente que “me quedaba atrás y no sabía ni en qué”. 

Comerás flores se nos presenta como una historia cruda de un maltrato basado en la diferencia de edad y en un afilado retrato de los problemas que afrontan los jóvenes cuando están dejando de serlo.