El muestrario de relatos fantásticos de Mariana Enríquez
Poseen los géneros muy estandarizados como la novela histórica, la policiaca o el fantástico un rasgo que es, a la vez, problema, reto y bendición para los autores que se animan a cultivarlos. En los tres los lectores encuentran (y buscan) una serie de tópicos que han sido manejados desde siempre por los escritores y que han definido la naturaleza de cada uno de estos géneros. Se trata de situaciones, personajes o giros argumentales sobre los que se han dado tantas vueltas que es difícil ofrecer nuevas ideas (ahí está el reto) y, sin embargo, sencillísimo caer en la repetición de fórmulas anteriores (ese es el problema). A pesar de ello, existen autores que por su originalidad, conocimiento del género y maestría ofrecen a los lectores pequeñas variantes que les sorprenden y convierten a sus libros en obras atractivas para los exigentes seguidores de la tendencia cultivada (es entonces cuando aparece la bendición).
Que la argentina Mariana Enríquez es una maestra contemporánea de la literatura fantástica es algo consensuado en el mundo de la literatura en español. Aquel hito que fue la publicación de Nuestra parte de la noche (2019), un monumento literario de un magnetismo difícil de igualar, la situaron en el podio de la narrativa en castellano actual y en, seguramente, el principal referente actual de lo fantástico en nuestro idioma. Por ello, no sorprende la calidad de esta colección de relatos pertenecientes a este género que es Un lugar soleado para gente sombría, su último libro. Tras leerlo me he quedado asombrado (y admirado, por supuesto) de la capacidad de Enríquez de ofrecer un catálogo variado de posibilidades de lo fantástico a partir de un mismo armazón que se repite, con mínimas variaciones, a lo largo de cada uno de los cuentos. Y es que si algo llama la atención del libro no es la originalidad en la estructura o en las técnicas narrativas que la autora argentina emplea: casi todos los relatos poseen una trama que avanza de manera cronológica (apenas hay saltos en el tiempo) y se guían por el habitual planteamiento (en el que se nos presenta a los protagonistas y una situación cotidiana y “normal”), un nudo (donde entra en juego el elemento sobrenatural) y un desenlace sorpresivo.
¿Dónde está, pues, la maestría de Mariana Enríquez? Precisamente en que sin ofrecer nada demasiado novedoso en la estructura o el lenguaje de los relatos, consigue inquietar al lector con doce variantes muy diferentes entre sí y originales con respecto a sus referentes de literatura fantástica. Son relatos en los que, a pesar de su similitud, nunca se repite un tópico de este género y siempre se encuentra una variante distinta para sorprender al lector con situaciones escalofriantes que entran en la realidad de los protagonistas a través de diferentes resquicios. Es en esa capacidad para mostrarnos que nuestro mundo, ese en el que nos movemos tanto nosotros como los personajes del libro, posee espacios en sombra que no somos (no son) capaces de comprender en su totalidad donde reside la principal virtud de la buena literatura fantástica en general y de este libro en particular.
Entre ese catálogo de variaciones de lo sobrenatural que caracteriza a Un lugar soleado para gente sombría encontramos recursos muy diferentes de lo fantástico. Por ejemplo, está el clásico tópico del fantasma, es decir, la visión de una persona que ha muerto; lo tenemos en “Mis muertos tristes”, donde una médica es la única que puede dialogar con los muchos espectros que pueblan su barrio, o en “Los pájaros de la noche”, donde la fallecida es la narradora, una niña cuyo cuerpo parece pudrirse. El monstruo, en diferentes variaciones, también aparece en el libro, como el violador sin rostro de “La desgracia en la cara” o los extraños niños sin mirada de “Ojos negros”. En otros dos relatos lo inquietante parece provocado no tanto por situaciones sobrenaturales sino por una enfermedad, como la esquizofrenia que sufre la protagonista de “Julie” o el mioma que le extirpan a la narradora de “Metamorfosis”.
Es bastante frecuente en el libro que sea un espacio el asociado al fenómeno paranormal; así, hallamos lugares encantados como el famoso hotel Cecil de Los Ángeles en “Un lugar soleado para gente sombría”, el pueblo al que acude una pareja de urbanitas de “Un artista local”, el apartamento de “La mujer que sufre” o el edificio en ruinas de “Los himnos de las hienas”. Otros cuentos presentan lo fantástico relacionado con objetos, como los frigoríficos de “Cementerio de heladeras” o los vestidos de “Diferentes colores hechos de lágrimas”.
Si esta originalidad y variedad en los tópicos fantásticos que Enríquez emplea son las principales virtudes del libro como representante del género, desde el punto de vista realista, es el retrato que hace de la Argentina actual lo más interesante. Salvo el relato homónimo, que se ubica en ese lugar “soleado para gente sombría” que es California, todos los cuentos se desarrollan en el país natal de la autora. Los pueblos que aparecen y sobre todo los barrios de Buenos Aires aparecen marcados por la inseguridad, la crisis económica y el deterioro urbano. En “Ojos negros” se resume bastante bien este ambiente desesperanzado que vive el país en un relato centrado en tres trabajadores de una ONG que ayuda a sin techo de la capital porteña y en la que se señala que “todo estaba en tambaleo al borde del derrumbe” (pág. 215), en una frase que vale no solo para su situación sino para todo el país.
Desde esta perspectiva contemporánea y centrada en su país, Mariana Enríquez vuelve a demostrar su maestría en la narrativa fantástica con una colección de relatos de factura similar (quizás demasiado) pero desarrollos dispares.